Todos queremos encajar, queremos ser parte de algo más grande que nosotros mismos. Buscamos referentes y líderes en los que inspirarnos sin darnos cuenta, que en este viaje hacia la normalidad estadística nos dejamos parte de lo que nos define.
Reconozco que es complicado ser tu mismo, ser esa persona única, irrepetible, que es más sencillo mezclarse con lo que dicta la estadística y no desviarse de lo que es matemáticamente aceptable. Las estadísticas que han tomado el control de lo que es bueno, aceptable y de como hemos de comportarnos si no queremos ser señalados.
Te dirán no hagas eso, no pelees por estos ideales, deja de luchar por tus valores y acepta ser la medianía estadística que dictan las normas de lo grandes números. No tengas sueños, no tengas más aspiraciones de lo que marca el último CIS[1] y sobretodo, no sobresalgas que la gente hablará a tus espaldas.
No se quién dijo una vez que más vale morir de pie que vivir arrodillado. Yo no voy a ser tan exigente, podemos tener una vida mas o menos equilibrada si pasamos ratos de pie y otras sentado y cuando el sentido común y de preservación nos lo aconseja, dar media vuelta y cambiar de contexto.
Porque tenlo claro, somos más de siete billones de personas y si la estadística está en lo cierto y todos cabemos en alguna ecuación, en algún grupo, en algún segmento, es que eres prescindible. Cuento que tu no crees que seas algo, un objeto que se pueda desechar y tirar a la basura, creo que a pesar de tus miedos, inseguridades y esa lista de errores que han convertido en un acierto tu yo de ahora, tu vales la pena.
Tu, si, tu eres alguien especial digan lo que digan, eres alguien que vale la pena conocer piensen lo que piensen y prestar los oídos para escuchar lo que dices es siempre una inversión en sabiduría y experiencia. O quizás no, quizás seas una persona que vale la pena forma, que vale la pena enseñar. No hay una respuesta única ni una sola visión al potencial que cada persona puede tener y no se puede encerar el alma de una persona en un algoritmo.
Google dice que no, Facebook dice que no, las empresas de estudios de mercado dicen que no, incluso la gene que te saluda pero no te conoce dicen que no, que perteneces a una categoría, a un grupo, a un target. Puede que sea obra de cientos de licenciados en estadística o sea las malas lenguas que corren como el fuego en un campo seco, pero van a intentar meterte en una caja, ponerte una etiqueta y olvidarse de todo tu potencial. Serás solamente una etiqueta plana, lisa, sin todos los matices que tu aportas a los que dejan los prejuicios, las convenciones y abren su mente a las personas
Es cierto que todo esto supone un esfuerzo, que es más fácil pretender que se es otra persona, que lo que sentimos no es lo que decimos, que lo que pensamos no es lo que defendemos. Es una estrategia de supervivencia camuflarse bajo la piel de otro para esquivar el dedo censor de una mayoría que ni siquiera se ha dado cuenta que las campanas siempre doblan por ellos, y que en el fondo, no dejan de ser una minoría con poder.
Sin el paso adelante de personas que dijeron que no, que ellos no eran una anomalía, que ellos no querían ser una etiqueta, la sociedad que conocemos ahora sería totalmente diferente. Y como siempre, no miro a los grandes líderes que pudieron inspirar, sino a esa persona que con una sola palabra nos ayudo a tomar una decisión, que nos empujó en la direccion correcta o que simplemente tuvo la empatía suficiente como para regalarnos unas palabras de ánimo cuando más lo necesitábamos y no había una sonrisa amable que nos hiciera sentir, no parte de algo más grande, sino algo importante por nosotros mismos.
Con lo que deja de mirar que hacen los demás, deja de pensar que piensa la mayoría y obra por ti mismo, abre tu propio camino y ayuda a los que están trabajando para que las etiquetas solo estén en las prendas de ropa.
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