Enviado por Jose el
Economía colaborativa o cuando quién gana siempre es la empresa
Dirección | Gestión de Empresas, Tecnología | 

El acceso de la tecnología es imparable, nadie ni nada puede detener su avance y todo aquel que lo intente no solo es un necio sino que además está sesgando de raíz el progreso de la ciencia, la humanidad y de la cría del nenúfar verde. Suena tan bien, lástima que me haya delatado el subconsciente y haya intentado colar los nenúfares en la frase. Esto es algo que nos repiten los gurus, profesores de escuelas de negocio que viven la realidad desde la barrera, y más que nadie, periodistas subvencionados a base de agencias de comunicación pagadas por poderosos fondos de inversión. Ahora bien, ¿es cierto?

Ayer cayeron en mis manos un par de artículos, When Uber and AirBnB meet the real word y Uber Drivers Across The Country Are Protesting Today — Here's Why. No puedo decir que me gustara leerlos, pero ciertamente se agradece ver que no todos comulgan con ruedas de molino y con toda esta parafernalia más cercana al new age, el milenarismo y una especia conciencia de evolución de la raza humana a un nuevo estado de conciencia.

Vamos a dejar las cosas claras, la economía colaborativa no es nada más que un nuevo ecosistema de intermediarios. Apoyándose en la tecnología aprovechan la capacidad de estas de crear redes de proveedores, unificándolos y dándoles visibilidad para ofrecer un producto a un grupo de clientes determinado. Dada la particularidad de internet, estos proveedores buscas en dominio absoluto de su mercado, no hay prisioneros ni rehenes, o eres el número uno o no eres nadie. 

Otra de las ventajas que tienen, es que nunca se hacen responsable de los servicios que se ofrecen. A diferencia de cualquier medio que opere en el mundo offline, como un periódico, ellos pueden tener ofertado en sus sistemas cualquier tipo de oferta, sea un timo, una estafa o un riesgo para la salud de cualquier persona, animal o cosa a excepción de los blatodeos. 

Para conseguir esta posición de dominio, y apoyándose en las importantes inyecciones de capital que tienen, pueden lanzarse en una espiral de gastos que nadie que opere en una estructura de gastos/beneficios puede permitirse. Además, como están desmoralizados, pueden usar todo tipo de argucias financieras para no tener que tributar los mismos impuestos que una persona de carne hueso.

Así que tienen la impunidad legal de publicar lo que quieren, tienen fondos para engrasar a los medios de comunicación en influencers, y como guinda del pastel, usan toda su capacidad para evitar pagar los mismos impuestos que tu y yo.

Con este panorama es normal que se sientan los reyes del mambo y se salten la ley, esperando que los grupos de presión a los que bizcochan generosamente lancen gritos de loas y aleluya a su favor y que tilden de locos, suicidas y ludidas a todos los que señalamos con el dedo los peligros de este sistema.

Estas empresas buscan proveedores que cobren menos que un profesional asentado, ya sea porque no pague sus impuestos o por cualquier otra razón -en el fondo les da absolutamente lo mismo- y les envía clientes a cambio de quedarse una comisión y fijar ciertas tarifas. 

Nosotros, los clientes, nos hemos creído las ventajas de este tipo de negocio porque en teoría pagamos menos y eso siempre es bueno para nosotros. Lo que no tenemos en cuenta que es que estamos destruyendo puestos de trabajo, autónomos y freelances que si pagan sus impuestos, si cumplen con sus obligaciones y nos lanzamos en los brazos de la economía sumergida. 

Cuando todos los profesionales que cotizaban lo que tenían que cotizar y la poderosa maquina de los lobbys de presión funcionan y no queda nadie que les pueda hacer competencia o molestar, empieza la segunda parte del plan. Apretar las tuercas a los proveedores, pedir tarifas más bajas, subir sus comisiones. 

El resultado, los que antes trabajaban sometidos a una legislación que protegía al consumidor ya no existen y ahora solo están los que están dispuestos a trabajar por lo que podríamos llamar una miseria o teniendo un pensamiento global, unas condiciones dignas del tercer mundo. 

Pero justo en ese momento ya no hay vuelta atrás. Los clientes hemos matado a nuestra propia sociedad pensando que las empresas nos daban lo que queríamos, cuando no nos hemos dado cuenta que no siempre que lo que queremos y lo que necesitamos son la misma cosa. Hemos lanzado nosotros mismos a nuestra sociedad a un nuevo estado de pobreza, no hemos ganado demasiado en el largo plazo, y todos nuestros conocidos del sector están viviendo en peores condiciones que antes. Eso sí, las empresas que ofrecían estos servicios sin dar ningún tipo de garantía, sin pagar lo que pagamos todos, se han hecho de oro y se estarán riendo de nuestra estupidez en alguna isla desierta mientras le sirven un martini seco, no revuelto.

¿A que es bonita la economía colaborativa?

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