Enviado por Jose el
Roge
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Hay gente que tendría ha haber nacido jardinero, como si fueran descendientes del mismísimo Tistú[1], pero en vez de tener los pulgares verdes sino por tener una flor en salva sea la parte. Gente que como bien dice el refrán, más vale caer en gracia que ser gracioso, y por motivos que a todos se nos escapan son capaces de meterse en todo tipo de líos, proyectos y avisperos y salir indemnes del envite y para colmo, sin despeinarse lo más mínimo, como un James Bond pero sin Monny Penny.

Acepto que cuando me encuentro con estas personas me invaden sentimientos de rabia, al más puro estilo nórdico, pero sin dejar de lado la tan castiza sensación de envidia que tiñe de verde cualquier superficie sin el mayor esfuerzo. La sensación de que estas personas tienen una habilidad que ni se puede aprender y ni se puede enseñar, es algo con lo que naces y que se desarrolla contigo y no por hacer dos mil cursos vas a conseguir tener la suerte o la habilidad, que yo ya dudo, de caer siempre de pié y con el traje sin ninguna arruga.

Esta carencia que tengo tengo que suplirla con otras habilidades, y en la mayoría de ocasiones funciona, tener visión, estrategia, táctica, conocimiento, experiencia, lo que creas que es necesario y se puede trabajar ten por seguro que lo he cultivado y lo sigo cultivando ya que creo que lo que no se practica se olvida.

Gracias al trabajo y esfuerzo, y no estoy diciendo que otros no lo hagan simplemente recalco lo que hacen los profesionales que conozco, vamos avanzando, nos vamos formando, actualizando y con ello seguimos en la brecha del día a día, aportando nuestro granito de arena y mejorando no solo nosotros mismos, sino impregnando todos los proyectos en los que participamos.

Pero hay días que el lenguaje no consigue alcanzar todo lo que pasa por nuestra piel, como a ya he dicho, muchas veces nuestra propia incapacidad a veces nos genera envidia y rabia, pero es un motor que nos empuja a hincar los codos, trabajar más duro, estudiar con más fuerza, aunque en algunos momentos tenemos que recurrir al alemán para describir lo que vemos.

El schadenfreude[2] vendría a ser el alegrarse de la desgracia ajena. Es un sentimiento lamentable, algo que debería ser delito pero que a veces nos reconcilia con nosotros mismos. El ver que no siempre la gente sale sin un rasguño, que a veces hay consecuencias, que no siempre uno se libra de sus propias acciones a base de desviar la atención, pasar la responsabilidad a otro, o directamente escondiendo el desastre debajo de la alfombra. A veces, pocas para mi gusto, pero a veces los hechos los alcanzan y caen con todo el equipo.

Disfrutas de ese momento durante unos segundos, pero enseguida te vuelve la persona humana que vive en tí y te sientes mal por lo que le ha pasado, ciertamente se lo merecía pero no era necesario que fuera tan intenso. Con este sentimiento de doble culpabilidad, primero por ti mismo al disfrutar del momento y segundo porque quizás podías ayudarle un poco más -y eso que ya has hecho de todo por ellos- ves como nada más salir por la puerta le recibe otra oferta de esas que ni tu mismo podrías rechazar.

Es fascinante como pueden sobrevivir después de un error de proporciones bíblicas, pero es así, salen de un sitio y son capaces de gestionar su caer en gracia con una habilidad que les lleva de un lugar a otro sin ningún tipo de consecuencia aparente. Mientras tanto, te quedas tu para arreglar el desastre que deja detrás, con la sobrecarga que implica, mientras el disfruta de un nuevo puesto de trabajo, más remunerado, con mejores condiciones, y mientras se despide sientes como te sonríe con toda la malicia del mundo y no puedes cabrearte con ellos porque, joder, es que caen en gracia.

[1] Druon, Maurice. “Tistú el de los pulgares verdes”. Editorial Juventud.

[2] Schadenfreude es una palabra del alemán que designa el sentimiento de alegría creado por el sufrimiento o la infelicidad del otro. El término se usa también como expresión culta en otros idiomas, como el inglés y el español. (Wikipedia)

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