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Pink Floyd tenía razón

Pink Floyd tenía razón

por Jose Salgado
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Hay una canción de Pink Floyd llamada Welcome to the Machine, que describía el proceso de formar parte de una gran discográfica y como los principios se perdían en el camino. La verdad sea dicha, el título original era Welcome to Machin y era un homenaje a al bueno de Antonio, Antonio Machin y su fantástica canción Ansiedad.

Como no estamos en un consultorio sentimental, y dejando de lado la introducción tan deleznable que acabo de hacer, todos tenemos cierto grado de ansiedad en el cuerpo.  Si miramos en los manuales de psicología la definición exacta sería algo así como:

Hay situaciones que suelen despertar sentimientos de ansiedad como, por ejemplo, cumplir plazos de entrega ajustados, obligaciones sociales importantes o conducir con mucho tránsito. Esta ansiedad leve puede ayudar a mantenerlo alerta y concentrado para enfrentarse a situaciones amenazadoras o difíciles.

Pero las personas que sienten temor extremo y preocupaciones que perduran pueden estar lidiando con trastornos de ansiedad.  La frecuencia e intensidad de este tipo de ansiedad es a menudo debilitante e interfiere con actividades diarias. Sin embargo, con un tratamiento adecuado y eficaz, las personas que tienen trastornos de ansiedad pueden llevar vidas normales.

El problema, y tal como comentan en el APA, es cuando pasa a ser inhabilitante, ya sea porque nuestra ansiedad se dispara sin razón aparente y no tenemos nada contra lo que reaccionar, o porque el objeto que nos provoca la ansiedad nos bloquea y nos impide tomar algún tipo de decisión para afrontar la situación y seguir con nuestras vidas.

En este mundo moderno en el que vivimos, dónde un proyecto a largo plazo no son más de dos meses, dónde las reacciones han de estar operativas y en marcha en menos de veinticuatro horas, y dónde esperamos una respuesta sólida y eficaz en menos de dos horas, es biológicamente comprensible que nademos en ansiedad. Es realmente complicado gestionar todo este nivel de estress sin que nos afecte de una manera u otra, y tengamos que buscar vías de escape para generar defensas ante la presión que nos rodea.

Si además, añadimos que no nos hemos ni nos han preparado para definir los límites de lo urgente y lo importante, todo se convierte en estímulos a los que hemos de reaccionar de forma inmediata, con lo que a lo largo de la vida de un individuo, es más que probable que sufra una crisis, mayor o menor, y que tenga que replantearse ciertos aspectos de su vida.

Como ya hemos dicho, la ansiedad era muy útil cuando un animalejo de dos toneladas viene a por ti con la aviesa intención de introducirte vía oral en su cuerpo. Como es lógico, tener un estado de excitación y de alerta ayuda a darle dos collejas bien dadas al mameluco de turno, y luego, por cafre, cocinarlo a fuego lento en la hoguera de la tribu. La cuestión es usamos el mismo mecanismo cuando nos viene una deadline o un cliente se queja porque no puede secar su gato en el microhondas, o porque su bolsa de M&Ms tiene más caramelos rojos que azules. No son contextos equiparables y no deberíamos de usar el mismo mecanismo, pero lo tenemos tan insertado en nuestra fisiología que hace falta una capa adicional que nos ayude a bloquear las respuestas no adecuadas.

Recuerdo que en psicopatología -cuando yo estudiaba la carrera- un profesor nos dijo que si en los noventa pasáramos los test con los niveles de los años cincuenta, todos acabaríamos en un centro psiquiátrico por el nivel de ansiedad que cargamos con nosotros. Estoy de acuerdo que no es un dato muy científico porque esos mismos test diagnosticaban como enfermedad mental la homosexualidad, pero no deja de ser un dato interesante.

Asumiendo que el progreso no podemos detenerlo y cada vez existirán métodos más intrusivos y más rápidos para interrumpir nuestro flujo natural del tiempo: teléfono, email, móvil, SMS, whatsapp, y ahora todo tipo de notificaciones automáticas de cientos de plataformas y sistemas intentando alertarnos sobre alguna situación -todas ellas absolutamente irrelevantes porque ahora ya no hay animales de dos toneladas que se dediquen a comer viandantes en las grandes ciudades- hay que trabajar, y muy bien, en esa capa que nos ayude a filtrar adecuadamente la importancia de esos estímulos.

Más allá del sistema educativo, que debería de enseñarnos los trucos que se usan en los medios de comunicación y marketing, en la empresa también hemos de ayudar a establecer y fortalecer estos filtros. Y como suele ser habitual, esta actitud ha de empezar desde dirección, evitando que la primera alarma de turno que aparezca en el gestor de reputación nos ponga a todos a pedir pizzas porque toca cenar en la oficina. No todo es siempre tan importante, no todo es para ayer, y no siempre nuestro trabajo es fundamental. 

Seamos serios, si nuestro trabajo fuera salvar vidas -médicos, bomberos, policías- podría entenderlo, pero que una entrega se retrase dos horas, que una campaña tenga un 10% de CTR en vez de un 15% o que no hayamos conseguido más de doscientos likes en Facebook, no es en absoluto una crisis.

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