You didn’t your way
por Jose SalgadoSupongo que todos tenemos una manera muy específica de hacer las cosas, nuestras pequeñas fílias y fobias que nos obligan de forma inconsciente para enfocarnos más en unas áreas que en otras, en tener una forma específica de trabajar, de valorar los progresos, en resumen, una forma muy particular de entender un proyecto o una idea. Si a esta verdad no comprobada, le sumamos que cada vez más estamos valorando conceptos basados en la individualidad y no en el colectivo, parece lógico pensar que cualquier estructura que se apoye en el concepto de comunidad, grupal o familiar, esté sometido a una gran presión social para cambiar sus principios básicos por unos más adaptados a los tiempos que corren.
El famoso Yo S.L. ya no forma parte de una estructura o un equipo, lo cual tiene sus ventajas, pero no vamos a negar que ha invadido áreas y se ha convertido en una especie de paradoja contradictoria. Es afirmar que en un equipo lo más importante es destacar en vez de conseguir los objetivos globales, y ejemplos del fracaso de esta realidad lo hemos visto muchas veces. Hasta que uno no comprende que por muy bueno que sea, sino tiene un equipo detrás que le de apoyo en todas las áreas, el fracaso colectivo está asegurado, y asegurando el fracaso del equipo el fracaso del individuo queda garantizado. Quizás consiga destacar, pero sus logros reales serán mínimos.
Vemos ejemplos en el mundo del deporte, dónde auténticos atletas han tenido que sufrir hasta comprender que necesitaban al resto de compañeros para ser algo más que el mejor jugador y convertirse en campeón, ya sea del mundo o de su barrio. Han tenido que aceptar que a pesar de ser mejores que la mayoría, sino trabajaban para subir el nivel del resto de sus compañeros nunca llegaría a ser el número uno al que potencialmente tiene derecho por facultades físicas.
El proceso empático de renunciar a brillar más para subir el valor de tus compañeros es complicado de interiorizar, dejar de ser el mejor para hacer que otro que no soy yo sea mejor, para que al final, yo me vuelva a convertir en el mejor no es algo sencillo de procesar. Esto es así por varios motivos, porque no siempre se sabe a que porción de talento has de renunciar y traspasar a partes de tu equipo, sino que tampoco sabes en que cantidad e intensidad has de hacerlo.
Conocerte y conocer a tus compañeros es básico para poder hacer este tipo de transferencias, decir que yo soy tan bueno o más que otro, pero voy a delegar para centrarme en otras tareas requiere una introspección y una confianza tan alta, que la filosofía del YO tiene graves conflictos al implementarlo y normalmente acaba por no haciéndolo mal, y por feedback, culpar al resto por tu propia incapacidad de saber delegar.
Ya me lo decía un técnico de sonido, que ni era músico, ni manager ni nada, la calidad de tu equipo no se mide por el mejor componente, sino por el peor de los mismos. Así que el trabajo consiste no en tener únicamente el mejor equipo, sino saber dónde has de repartir la inversión para extraer lo máximo con la inversión que dispones. En el mundo de las personas, tenemos una ventaja, las personas podemos aprender y si tenemos a personal que no solo es bueno, sino que sabe enseñar y llevar al resto más allá de sus posibilidades, te garantizas la mitad del éxito.
Imaginaros que ficháis un delantero centro que cada vez que chuta, el 10% de las ocasiones se convierten en gol. Parece una buena inversión, pero viene con un defecto, no pasa nunca a nadie, esté como esté, a la que toca balón dispara a puerta sin plantearse si hay otro compañero mejor posicionado. Quizás ganes algún partido, pero en cuanto se den cuenta los rivales de este defecto mortal ya puedes olvidarte de ganar más partidos. Tu trabajo como entrenador será enseñarle a confiar en el resto y confiar de la forma adecuada en el momento adecuado, y básicamente eso sería liderar un equipo, potenciar las habilidades individuales mientras haces conscientes al grupo de la habilidades del resto y la necesidad no ya de usarlas, sino de alentarlas.
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