Sólo puede quedar uno
por Jose SalgadoHace ya muchos años mi hermano me explico lo que significaba dumping1, no porque le diera un pronto y quisiera compartir sus conocimientos financieros conmigo, sino porque era una pregunta que salía en un videojuego y le daba lástima que no supiera lo que significaba. Antes que nada hay que recordar que en aquella época no existía ni Google ni Wikipedias ni nada, y preguntar a tus padres era una utopía y del colegio ni hablamos, que todavía arrastro un trauma al ver la cara de susto de la profesora que me daba naturales cuando le pregunte por los agujeros negros y las consecuencias del espacio tiempo.
Uno de los temas interesantes del dumping, que básicamente es vender a un precio inferior a coste para eliminar la competencia, es que era una estrategia ilegal en la mayo parte del mundo civilizado. Una empresa no podía fabricar un producto y quitarse sus márgenes para perjudicar a una tercera con la intención de sacarla del mercado.
Pero como en la vida, las cosas cambias, antes un cupcake era una magdalena mal hecha y ahora es la última moda en repostería, un trend hunger era un pijo con demasiado dinero y tiempo libre y ahora son como la trufa blanca de cualquier empresa de moda. Y el dumping no va a ser una excepción, lo que antes era una práctica ilegal ahora es el no va más de la economía, dónde facturar es un anatema y algo que hay que evitar a toda cosa (lo cual no deja de tener su gracia ya que las empresas necesitan dinero para pagar sus costes).
En este mundo moderno, si quitamos a Google, pocas empresas conozco que no estén en una posición claramente ilegal, ninguna de ellas cobra por su servicio, usan su apalancamiento conseguido a través de fondos de inversión para eliminar la posible competencia2, y de mientras, su único objetivo es convertirse en un monstruo cada vez más grande.
Quizás detrás de toda esta teoría se base en la más pura envidia a los bancos, que hemos rescatado con dinero público -es decir, tuyo y mío- a cambio de nada porque eran demasiado grandes como para quebrar. Lo que yo tengo mis dudas es si algún estado intentará rescatar a Facebook o Twitter si quiebran, pero esto sería otra historia.
Todo esto me lleva a una reflexión, estos negocios se basan en una de estas dos premisas: o bien se hacen tan grandes que son el único jugador del mercado, con lo que pueden cambiar su política en cualquier momento y empezar a facturarnos por cualquier cosa. Recordemos que al principio de los tiempos el teléfono era gratis hasta que se convirtió en una necesidad y nos empezaron a cobrar, al igual que las tarjetas, que eran gratis y para todos hasta que ya estábamos acostumbrados a su uso y nos aparecieron comisiones como setas en un día de otoño. Esta premisa parte de un pastel imaginario que valdría el mercado, con lo que todos apuestan fuerte para ser el número uno y destrozar la competencia a base de tener más liquidez. Es el típico caso de Uber, que se dedica a fomentar las buenas relaciones -ironía activada- de sus rivales gracias al dinero que Google, Goldman Sachs -si estos angelitos invierten aquí- han depositado con la esperanza de ser la única opción en el mercado.
El problema con este planteamiento no está en que no triunfa el mejor producto, sino el que más músculo financiero tiene. No es lo mismo competir con los mismos recursos que apalancándose en una capacidad de deuda casi infinita para destrozar a los rivales a base de ofertas, adquisiciones, fusiones, o directamente en marketing y PR para que cualquier plumilla o influencer de turno le ría las gracias.
La otra aproximación es más o menos similar pero con un detalle, al final no consiste en dominar el mercado, sino en ser lo suficientemente grande como para ser molesto, y entonces venderse al mejor postor. Es el ejemplo clásico de Tuenti, su venta a telefónica y su desaparición como red social. La Nevera Roja y otras tantas, que no nacieron con el fin de ser empresas, sino de ser concubinas.
Las dos opciones me parecen tristes y dicen poco de los emprendedores que hay detrás, pero que le vamos a hacer, quién tiene el dinero hace las normas y el resto va de trabajo en precario en trabajo en precario hasta que se queda sin opciones y le da por hacer bootstrap3.
Toda esta reflexión viene por el caso de Wallapop, una empresa valorada en 219 millones que no factura. No deja de ser curioso esta cifra sin ingresos, sino que además tiene competencia establecida y que tiene un track record de ser rentable. Vale que aporta ciertas novedades, pero cae claramente en el concepto de dumping al ofrecer servicios que ya existen sin coste alguno a cambio de crecer y perjudicar a terceros.
Pero la verdad, tampoco se porqué se sorprende uno de este tipo de estrategias. Si miramos a los fundadores, y con todo mi respeto por su capacidad de generar ingresos para ellos mismos, su política ha sido calcada una y otra vez. A base de algo que siempre se me escapa -contactos, dinero, familia o lo que sea- reúnen un capital y empiezan a crecer, atraen a inversores y luego se venden al mejor postor. El problema es que ni la idea que tienen es original, ni añaden nada nuevo al mercado, y lo único que consiguen es hacer pasar por un infierno a la competencia.
Pero ya lo dijo un amigo mío, esto ya no son negocios, esto es política, y la política es como el blues, no está para que tu te sientas mejor, sino para que tú te sientas peor.
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