Podría jurar sobre lo más sagrado, que en mi caso es la Coca-Cola y los espárragos cojonudos, que hoy estaba metalizado para escribir otro artículo pero cuando he empezado a preparar el Scrivener me he dado cuenta que mañana es martes y trece y he pensado que era un buen día, tanto como cualquier otro, para dejar de lado la formalidad, los temas serios de marketing y dejarme llevar por la prosa y descubrir si el refrán La productividad sin control no tiene futuro, es cierto o es otro de esos mantras que nos repetimos, más con la esperanza de que sean cierto que con la certeza de que efectivamente lo sean.
La humanidad ha evolucionado desde el origen de estas supersticiones o como diría el clásico, la ciencia avanza que es una barbaridad y hemos dejado cada vez más de lado estas supersticiones por un análisis más objetivo y racional. Aunque hay que reconocer, como también afirmaba otro clásico, que en nuestra querida piel de toro es mejor que inventen ellos. Y siguiendo con las citas, cuanto más avanza la humanidad más cerca estamos de matar a dios.
Pero no os llevéis a engaño, que las supersticiones que convertían a nuestros antepasados en un manojo de tics: tirarse sal a la espalda, tocar madera, hacer cuernos, frotarse un ajo en el ojo del mismo, etc.. Ahora nos vemos inundados con otras teorías que, al igual que antaño, están basadas más en el saber popular que en el puro análisis de datos.
Con esta base tan poco científica nos aferramos a frases como salir de la zona de confort, el arreglar un ordenador a base de encender y apagar o el que siempre me ha enamorado y es el clásico mail de que has de reenviar un mensaje de amor y felicidad o tu vida estará llena de desgracias. Lástima que mi espacio vital está totalmente ocupado y no queda ni un resquicio para una desdicha más, a o no ser que aceptemos desdicha con que me obliguen a asistir a una cena informal a base de canapés.
Algunos economistas están empezando a descubrir algo que ya sabía hasta mi abuela, que sabía más por que tenia una enciclopedia que por abuela, y que no hay nada más peligroso que un tonto un megáfono y convendréis conmigo que tenemos entre nuestras manos el altavoz más potente que existe: Internet.
Gracias a las redes sociales cualquier meme, cualquier superstición puede correr como la pólvora y con un poco de suerte dar el salto del círculo de nuestros lectores, que básicamente se compone de los bots de los buscadores, nuestra novia y algún despistado y subir de nivel cuando lo menciona algún famoso, a los que ahora se les llama gurís porque queda mal ser simplemente famoso.
Con este mecanismo, o mejor dicho, con la ausencia total de mecanismos de validación todo puede ser convertido no solo en noticia sino convertirse en un mantra que repetimos todos hasta la saciedad: Que el SEO por aquí, que si el cliente ha de ser el centro de la empresa, que si los trabajadores son nuestra mejor herramienta, simplemente has de escribir una frase que suene más o menos bien y esperar a que escale hacia arriba en la cadena alimenticia que es la distribución de noticias.
Decía Andy Warhol que todos queríamos tener quince minutos de fama, esto es matemáticamente imposible porque un cuarto de hora multiplicado por el número de personas que existe es más probable que el mundo implosiones sobre si mismo ante tanta tontería antes que todos tengamos esta ocasión. Pero en lo que si tenía razón es que al menos todos podremos tener al menos un microsegundo de fama, una fracción de tiempo convertida en likes, retuit o como se quiera llamar en las cientos de redes que existen.
Es posible que en este punto en concreto hayamos avanzado, pero según mis estudios y lo que afirma el que tengo al lado -un filósofo especializado en inteligencia artificial y lógica- la democracia no suele correlacionar con la verdad. Es el problema que tienen las personas, que una a una suelen ser encantadoras -con contadas excepciones- pero los pones a todos juntos en un estadio y te sale lo que te sale, el subconsciente se subleva, se une a más subconscientes y se lía la de Dios es Cristo y sino que se lo pregunten a los alemanes en los años cuarenta, a los españoles en el treinta y seis, a los franceses durante la revolución y puedo seguir buscando ejemplos hasta llegar al mítico meme de las ochocientas palabras por artículo.
Así que en realidad, lo mejor es no creerse nada sin antes pasar por uno de estos dos procesos: verificación por una fuente fiable asumiendo que ya no quedan este tipo de fuentes, o como mínimo ya no sabemos quién es fiable o quién no, y la segunda opción es aceptar que te lo crees porque te conviene y no te planteas si es cierto o no, es como aquellos que piensan que los votantes de derechas son unos fachas y lo aceptas sin pestañear aunque el autor del paper sea John Doe de la Universidad de Chanza and Chirigota.
Con lo que antes de finalizar, me remito en el título, hoy es martes y trece pero en el fondo, no pasa nada y es un día normal a no ser que insistas en ser parte del fantástico fenómeno de la profecía autocumplida.
Por último, y antes de que se me olvide, o compartes este post con todos tus contactos o Dios matará un gatito.
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