Enviado por Jose el
Coste, riesgo y beneficios
Dirección | Comercio al por menor, Gestión de Empresas | 

Parece un poco simplista, pero ahora que estoy esperando a entrar en una reunión en una en la terraza y disfrutando de una Coca-Cola mientras veo a los transeúntes desfilar por delante de mi mesa, me parece un buen lugar y momento para intentar reducir la complejidad de la vida en pequeñas frases, quizás sean mentira pero que no podemos negar que suenan bien.

Este concepto de Coste y beneficio lo escuché por primera vez a mi hermano, en la época que descubrí que las mujeres no tenían grapas los laterales de los ombligos. Era en una discusión familiar típica a la hora de cenar, mis padres empresarios y emprendedores y él, novicio universitario en las aulas de ESADE. Realmente no se de que estábamos hablando, de hecho creo que me estaría conteniendo las arcadas ante el caldo gallego que habría preparado mi madre, pero el flamante estudiante en los jesuitas no paraba de repetir el coste y beneficio, esta es la clave. La discusión se acabó cuando mi madre coló por en medio la palabra riesgo. Y no porque tuviera razón sino porque si pensáis que las SS imponían respeto, mi madre era capaz de hacerlos llorar con una simple mirada.

 Durante bastante tiempo viví tranquilo, quitando la angustia existencial al descubrir que las mujeres no tenían grapas sino que además había que hacer caso a Freddy Mercury -ídolo de mi hermano- que afirmaba que las mujeres son como el arte moderno, si quieres entenderlas no podrás disfrutarlas. Y como soy un negado a la hora de escoger la mejor opción opté por intentar entenderlas antes que disfrutarlas, probablemente es por lo que acabé en psicología, donde volví a escuchar este mismo concepto.

Existía una teoría que afirmaba que nuestra capacidad de decisión no estaba basado en el beneficio de una acción, sino en el coste que esta representaba y sobretodo, por los riesgos que asociábamos a ella -siendo estos reales o ficticios. El ejemplo que nos daba el profesor era el intentar seducir a una mujer, el beneficio estaba claro y el esfuerzo a realizar no parecía demasiado alto, era simple cuestión de ir y hablar con ella. La clave de porqué muchos no hacían este paso era los riesgos, tenían miedo de hacer el ridículo de no saber que decir, o incluso, que le dijeran que no. Con lo que una parte de población -mayormente los tímidos- optaban por evitar el riesgo y seguir practicando el ancestral arte de levantamiento de cubata -en mi caso de Coca-Cola sin hielo y sin nada- en la barra pensando que la próxima semana lo intentaría.

Con el paso del tiempo os puedo asegurar que ganaría las olimpiadas en la modalidad de levantamiento de vaso en solitario en barra con bebida carbonatada. Pero también -y con esto ya acabo esta larga introducción- que estos miedos y estos constrictores (¿existe este palabro?) siguen vigentes tanto a nivel hormonal como a nivel empresarial.

Este fenómeno es fácilmente observable, simplemente has de fijarte en los ojos de las personas. Al explicar que haces ves usualmente interés, atención, te miran directamente y sin ningún tipo de pudor dicen confiar en la idea y que ha de funcionar seguro. Ahora, una vez que te han confirmado la validez de tus planteamientos es cuando vas a constatar el fenómeno, pídeles que colaboren. Explícale los detalles de la colaboración, de cuales serían los costes y los riesgos, verás como las pupilas se dilatan, los ojos se convierten por arte de magia en platos de cocina molecular -una gran superficie blanca y un punto pequeño en el centro que se supone que es la comida- y acto seguido vendrá una reflexión basada más en los miedos no justificados que intentan elaborar una teoría, que una teoría que justifique los miedos.

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