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Degradación cognitiva

Degradación cognitiva

por Jose Salgado
Dirección, Marketing, RRHH, Tecnología | Gestión de Empresas, Servicios profesionales, Tecnología | 

Hay una frase de una película que me gusta mucho, casi demasiado, "Tantos gilipollas y tan pocas balas"1. Esta verdad se puede aplicar al mundo de la información. Tenemos más datos de los que jamás habríamos podido pensar, tantos que si nos diera por hacer un uso exhaustivo del Deep Learning, Machine Learning o IA, que no dejan de ser todas una forma más o menos sofisticada de torturar los datos usando estadística, no tendríamos la capacidad intelectual para tomar decisiones.

Estamos tan expuestos a estímulos de forma constante, que estamos sufriendo un embotamiento intelectual y lo que antes se conseguía con una simple campaña de marketing, eso si, bien realizada y ejecutada, ahora ha de pasar ese filtro inconsciente que hemos desarrollado para ignorar el noventa por ciento de los estímulos.

Recordad cuando el buzoneo comercial era lo más acercarse a tu potencial cliente. Lo mismo ocurrió con el email marketing, tu mensaje será difícil que atraviese los filtros de spam de cualquier servidor de correo, y si hay suerte, que supere la rapidez con que pulsamos la tecla borrar. Y eso de que hablamos de que has conseguido la dirección de forma honesta y no comprando una BD o simplemente saltándote la ley y uniendo todos los contactos que tienes en toda la empresa. Ahora mismo la primera no es más que un montón de papel en una basura y la otra ni si quiera sabes que existe porque nunca repasas el buzón de SPAM, y ambas dos se mantienen porque no son demasiado cara, puedes llegar a muchas personas, y con que consigas dos clientes ya sale rentable.

Con la publicidad directa pasamos por lo mismo, o sino ¿que sentido tenía la televisión de pago? ahorrarse la publicidad que nos bombardeaba con mensajes más estéticos y orientados al sentimiento que realmente prácticos. Los que podían pagarlo se pasaron a todo tipo de variantes para no aguantar esos cambios de volumen, esas imágenes diseñadas para tocarte el corazoncito y sobretodo, que si una película dura noventa minutos, que sean realmente noventa minutos y no ciento ochenta. De hecho, en el libro de Contact2, el millonario que subvenciona el proyecto hizo parte de su fortuna en un sistema que bloqueaba la publicidad.

Si nos vamos a la publicidad online, ni te cuento. Entre el banner que te persigue el cursor, el que ocupa toda la pantalla, el que oculta el texto hasta que pulsas en una X casi invisible, los pop-up y los pop-under, los sistemas de bloque de publicidad han subido con la espuma porque la verdad sea dicha, era molesto y si mirabas cuantas cookies y trackers te colocaban, tenías la sensación que tu información se esparcía por todo el mundo. La prueba es que cuando buscas toallas en Google, al final no ves más que anuncios de toallas, lo cual no deja de ser un elemento preocupante.

Pero como siempre se puede empeorar un poco más, llegaron las redes sociales y como se programaron para hackear nuestro sistema límbico y convertirlo en un UberEats de dopamina a discreción del siguiente like en la App de turno. Y como siempre queremos un chute más, nos cuelan publicidad y de nuevo, nuestros datos viajan por todo el mundo. Total, que acabamos dando scroll como un yonki colocado se queda mirando el suelo.

Nuestro cerebro no está preparado para este cambio tan fundamental de la estructura para la cual fue evolucionando. La biología no es cuestión de instalar un update, requiere millones de años para ir adaptándose, para levantar sistemas que nos hagan de toda esta información algo que no nos afecten, o que seamos capaz de convertirlo realmente en algo útil.

Y en eso estamos, en la medida de nuestras capacidades, en andar ese camino que nos lleva del dato a la información, de la información al conocimiento, y si se puede, del conocimiento a la sabiduría sin que en este viaje, nadie nos pueda distraer de nuestro objetivo3.

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La televisión era no hace mucho tiempo ese objeto que se colocaba en el centro de salón para que toda la familia pudiera verlo con comodidad, era el eje que ordenaba nuestra vida familiar y semanal. Era llegar a casa y encenderla y solo se apagaba cuando nos marchábamos a dormir, usualmente a unas horas poco prácticas para mantener una rutina de ocho horas de sueño.

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