
Como algunos ya sabéis, a finales de mes acaba mi relación con Pragma International, una colaboración de casi más de 10 años estudiando la economía colaborativa en los servicios profesionales de alto valor añadido. Este no es el post en el que desvelo la aventura de convivir con abogados líderes en más de 30 países, sino que, sabiendo que mi fuente de ingresos se acaba en breve, estoy en una búsqueda activa, proactiva e intensa por todos los canales que conozco, entre ellos, LinkedIn.
En mi rutina diaria, me encontré con un reclutador que afirmaba que los perfiles como el mío, que ha bregado en más batallas y ha estado en casi todas las revoluciones que hemos vivido dentro de lo que son las Tecnologías de la Información, ahora mismo no tienen valor. Que lo que se busca son profesionales que sepan ser quirúrgicos y, si no recuerdo mal, que ahora las empresas necesitan bisturís. Personal que entre y, de forma eficaz, opere, extraiga el tumor, cierre y listo.
Yo estaba por indignarme, como si fuera una réplica del chiste ese en el que una persona le dice a otra que se tiene que marchar, que si no llegan tarde a la cena, y el otro le contesta: Espera un momento, que hay alguien equivocado en Internet y tengo que corregir su error. La energía la tengo —ventajas de ser entrenador de adolescentes, que te dan parte de su vitalidad—, pero, a la vez, tengo las canas suficientes para saber que nadie se convierte en adulto hasta que no llega a los 40. Y este en concreto no parecía haber llegado a mi milestone particular.
No dudo que una empresa necesite un profesional excelente para realizar un trabajo en concreto, pero mi pregunta es: ¿qué motivación va a tener un trabajador en ser simplemente un especialista en un área específica cuando la empresa sigue considerándolo un recurso y no una persona? Es decir, yo puedo convertirme en el mejor alicatador de paredes del mundo y solventar los problemas más grandes que existan en el sector. Para ello, no solo tengo que invertir cientos de horas —el mito dice que diez mil (luego se demostró que es falso)—, sino también formación en las herramientas, entornos y variables para ser el mejor. Soy el amo, el maestro, el papichulo de los alicatadores. Mi conocimiento es absoluto, pero fuera de mi área soy un completo ignorante. No por falta de capacidad, sino por entrega y sacrificio.
Ahora, imaginad que llega una tecnología que hace lo que hace el alicatador, pero con un brazo robótico. Ya no hacen falta alicatadores, sino expertos en esos brazos robóticos. ¿Qué hacemos con este señor? ¿Le damos una patada en el culo, como suele ser lo habitual, o aprovechamos su experiencia en las problemáticas de los alicatados en los pisos del Mediterráneo?
Visto lo visto, es cuestión de despedirlo y que el que venga nuevo tenga que aprender esos imponderables que solo da la realidad y que exceden cualquier manual. Recibirá una orden y la ejecutará en la mejor versión de sus capacidades.
Ahora bien, ¿quién va a decidir si alicatar o no? ¿Tendremos otro experto o, cuanto más subimos, más conocimientos hemos de tener y más amplitud de miras? ¿O nos vamos a convertir en médicos, que todos hablan de partes del cuerpo humano, pero ninguno de la persona? Que si falla el corazón, que si el riego, que si la pierna… Y al final, hace falta una visión global para no ir cortando trozos de una persona que, en el fondo, siempre está ahí tumbada, mirando con cara de susto mientras hablan de abrirlo en canal porque no tienen ni idea de qué le puede pasar.
Este desprecio por el conocimiento transversal me da bastante miedo. Y más aún con la IA, que preguntamos y asumimos como cierto todo lo que nos da sin activar ninguna neurona. Lo dice la IA y, como Google, no puede fallar. Y os aseguro que Google falla, y la IA más todavía. Quizás llegue un punto en el que sea infalible, pero no va a ser mañana, y hemos de tomar todo lo que nos dice con un punto de escepticismo.
Como decía el bueno de Robin Williams, la IA puede describirte a la perfección lo que es enamorarse, todos los procesos biológicos, químicos y las implicaciones psicológicas, pero no podrá transmitirte qué se siente. No es un igual, no puede hacerlo, y lo único que tendrás es una transcripción formal, pero muerta por dentro. Y, por definición, inútil si no cae en las manos de una persona formada, no de un especialista que solo mida una variable.
Lo dicho: reivindico el conocimiento, la experiencia y la sabiduría que da el tiempo, el enfrentarte a problemas diversos, diferentes, sobrevivir en las trincheras, en entornos cambiantes con necesidades acuciantes y presión de clientes, proveedores, y con la única arma de un sándwich de queso, un papel, un bolígrafo y tu conocimiento.
Desde este humilde rincón de una IP perdida, aquí mi homenaje a todos esos seniors que son rechazados porque, con solo mirar una habitación, ya saben.