El 1 de marzo de 2022, frente a un Parlamento Europeo en aún en shock por los primeros días de la invasión rusa de Ucrania, Josep Borrell, responsable de la diplomacia europea, dijo en su discurso más vibrante: "Asistimos al acta de nacimiento de la Europa geopolítica. La UE ha tomado consciencia de los desafíos a los que nos enfrentamos y utilizará su capacidad coercitiva, la capacidad de imponer".
Casi tres años después, aquel neonato sigue balbuceando en la cuna mientras que, en la televisión pública rusa, los tertulianos habituales fantasean cada noche con bombardeos atómicos sobre Londres y columnas blindadas entrando en Berlín. El regreso de Trump al poder y su acuerdo con Putin para saldar la guerra de Ucrania pone en evidencia que el rey europeo está desnudo, sin liderazgo, sin un plan de seguridad común, sin voz ni voto en el mundo que viene, ninguneado por unos y por otros. Europa ha perdido tres años preciosos. Ahora va a contrarreloj y sin rumbo. Bastaron 80 minutos de conversación entre Putin y Trump para terminar con 80 años de atlantismo.
Ayer, Kaja Kallas, procedente de una familia estonia deportada por Stalin y hoy nueva Alta Representante de la UE, publicó en su cuenta de X un texto firmado por España, Alemania, Francia, Italia, Reino Unido y Polonia en el que asegura que "la independencia y la integridad territorial de Ucrania son incondicionales. Nuestra prioridad ahora debe ser fortalecer a Ucrania y ofrecer garantías de seguridad sólidas". Es decir, un texto de nuevo grandilocuente y pirotécnico pero vacío de contenido, ya que no tiene fuerza ni moral ni militar para imponerlo. Parece un grito infantil para llamar la atención de los adultos.
"Estoy aquí para expresar directamente y sin ambigüedades que las crudas realidades estratégicas impiden que EEUU sea el principal garante de la seguridad en Europa", dijo el martes el secretario de Estado de Defensa de EEUU, Pete Hegseth. Un mensaje que no es nuevo: las declaraciones que llegan desde Washington ya avisaban hace años de que EEUU se había cansado de ser el gendarme de Europa, y que la UE debía invertir en su propio futuro para ser autónoma. Nada se hizo.
Ejércitos ajenos a la guerra
Los ejércitos occidentales sólo están fogueados en misiones de paz, a veces desempeñando labores que podría hacer cualquier ONG, pero ajenos a la guerra total y real que vive Europa. Los militares ucranianos que han entrenado en varios países europeos se quejan con amargura a este reportero de que ninguno de ellos regresó a Ucrania sabiendo volar un dron (en España, por ejemplo, casi no tienen drones y es ilegal despegar uno).
También aseguran que querían recibir formación de combate nocturno, pero por ejemplo en Alemania cerraban el polígono a las siete de la tarde y no tenían gafas de visión nocturna. Otros comentaban que querían aprender a cómo cavar trincheras y fortificaciones, pero por ejemplo en Reino Unido necesitas un permiso especial por cuestiones ecológicas. Pero luego se desplegaban en el frente de Ucrania y el enemigo de carne y hueso usaba drones, asaltaba posiciones por la noche y los ucranianos necesitaban trincheras sólidas que nadie les había enseñado a cavar.
Los presupuestos en Defensa de los socios de la UE siguen raquíticos, con una industria militar casi desmantelada y un mercado en el que se premia ir las ferias de armamento a adquirir blindados boutique (caros de comprar, poco útiles en la práctica e insostenibles de mantener para cualquier ejército).
La distancia que va de Polonia (que tiene frontera con Rusia y Bielorrusia y que gastó el pasado año un 4,12% de su PIB) a España (que dedicó tan solo un 1,28%) representa la diferencia real entre una Europa preocupada por las amenazas de Moscú y de otra que vive esta agresión rusa (y la gestión de su alto el fuego) como algo ajeno. No es que Trump o Putin excluyan a Europa, también hay mucho de autoexclusión. Mark Rutte, secretario general de la OTAN, asegura que Europa tiene sólo cinco años para rearmarse.
El eje francoalemán ya no lidera. Emmanuel Macron habló de autonomía europea muchas veces, pero nada se movió, mientras que Olaf Scholz quedará como uno de los políticos más decadentes de la historia de Europa. El acuerdo entre Trump y Putin es una mezcla del pacto de Múnich de 1938 para apaciguar a Adolf Hitler y el Ribbentrop-Molotov de 1939 para repartirse Polonia ('tierras raras' para uno, tierras conquistadas para otro). Bajo ambos enfoques, Europa está fuera de la toma de decisiones. Ahora a Europa se le encomienda a solas que se haga cargo de la seguridad de la Ucrania de posguerra, con 800 kilómetros de línea de choque pero sin poder activar el artículo 5 de la OTAN, es decir, sin ayuda de EEUU.
El absurdo es que esta estrategia representa una invitación para que Putin mueva sus ejércitos para atacar en cualquier otro lugar mientras que el frente ucraniano permanece congelado y con tropas europeas custodiándolo traídas de otros frentes. Entre las casualidades locas que pueden darse, está el hecho de que, por ejemplo, tropas estonias sean atacadas mientras patrullan en Ucrania, incapacitadas para activar el artículo 5, que si podría ser activado en caso de que estas mismas tropas sean atacadas en Estonia. El Instituto de Estudio de la Guerra (ISW) advierte: "Un congelamiento del conflicto liberará importantes recursos militares rusos para para su participación en otra futura invasión convencional".