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Crisis del consumo: los jóvenes no tienen un duro y los viejos no gastan
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LA DEMANDA NO TIRA EN EUROPA

Crisis del consumo: los jóvenes no tienen un duro y los viejos no gastan

El peso del consumo de los hogares respecto del PIB no deja de caer. En 1995, representaba el 63,8% del PIB, pero tres décadas después ha descendido hasta el 56,5%. Es una de las caídas más pronunciadas en la UE

Foto: Crisis del consumo. (EFE/Toni Albir)
Crisis del consumo. (EFE/Toni Albir)
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Un viejo dicho en economía, tomado directamente de Keynes, sostiene que se puede llevar el caballo al abrevadero para beber agua, pero no es seguro que lo haga. Al fin y al cabo, depende de su voluntad (y de su sed). En los humanos, sucede algo parecido. Las políticas fiscales y monetarias ultralaxas diseñadas por los gobiernos y el banco central en los últimos años para estimular la demanda interna —hasta que en julio de 2022 comenzaron a subir los tipos de interés— han caído en saco roto desde el punto de vista del consumo privado. Desde luego en el conjunto de la eurozona, que vive una crisis de demanda desconocida en décadas.

O lo que es lo mismo, el pobre comportamiento económico de la zona euro, con un crecimiento del PIB de apenas un 0,1% en los últimos 12 meses, esconde un cambio estructural que tiene que ver con una depresión del consumo de los hogares con escasos precedentes. No es un hecho puntual y va más allá que la reciente tensión inflacionista. Las previsiones del BCE hasta 2026 apuntan a que el consumo privado crecerá por debajo del 1,6% hasta ese año, muy por debajo de su media histórica y, por supuesto, lejos de los años de la edad dorada, cuando la demanda agregada (consumo público, privado e inversiones) tiraba con fuerza de la economía. Las políticas de demanda, de hecho, han sido el santo y seña de la construcción europea. Hoy, por el contrario, son las de oferta.

Las causas son variadas: el envejecimiento, que reduce la propensión al consumo de los hogares de mayor edad, nuevos comportamientos de compra, preferencia por la calidad en lugar de la cantidad o, igualmente, nuevos hábitos de consumo más saludables. Pero, sobre todo, un fenómeno especialmente grave en algunos países, como España, en que la capacidad de compra de los jóvenes se ha deteriorado de forma intensa. Por el contrario, la riqueza se concentra en las cohortes de población de mayor edad, lo que a la postre aumenta el ahorro, pero no el gasto de las familias.

Caídas pronunciadas

¿El resultado? El peso del consumo final de los hogares respecto del PIB —que es la partida de gasto más importante— no deja de caer. En 1995, en el caso de España, representaba el 63,8% del producto interior bruto, pero tres décadas después ha descendido hasta el 56,5%. Se trata de una de las caídas más pronunciadas en la Unión Europea. En Alemania, igualmente, ha pasado del 55,4% al 51,3%, mientras que en Países Bajos y Suecia ha sucedido algo parecido. En Francia se mantiene prácticamente igual, mientras que Italia es la excepción, con un ligero crecimiento de un punto del PIB. El país transalpino, en todo caso, es singular, porque es la nación que destina un mayor porcentaje de su PIB al consumo de las familias, casi 20 puntos más que Suecia o Países Bajos.

Lo que ha crecido, por el contrario, es la tasa de ahorro, y el propio BCE espera que hasta 2026, al menos, se mantendrá por encima de los niveles previos a la pandemia. Su interpretación no deja lugar a dudas. “No se espera que el exceso de ahorro apoye el crecimiento del consumo, dado que se concentra en los hogares más ricos y se acumula fundamentalmente en activos ilíquidos”. Es decir, quienes ahorran son las rentas altas que han invertido buena parte de su patrimonio en viviendas. Y más en concreto, los hogares con miembros de mayor edad. La importancia de la vivienda es clave porque representa, incorporando agua, electricidad, gas y otros combustibles, el mayor porcentaje del consumo final de los hogares, un 22,3%, por encima de los hoteles, cafés y restaurantes (14,9%) y alimentos y bebidas no alcohólicas (13%).

Algunos estudios del Banco de España han acreditado que las implicaciones del envejecimiento a nivel económico son variadas: desde cambios en el patrón de consumo y en las pautas de ahorro e inversión hasta caídas en la productividad y en la oferta de trabajo, aunque no solo en términos del tamaño de la fuerza laboral —como la tasa de ocupación o las horas trabajadas por empleado—, sino también de la calidad del capital humano por un déficit de adaptación a las nuevas realidades tecnológicas. No es un asunto menor si se tiene en cuenta que entre 2007 y 2022 se ha producido un creciente peso de las cohortes más envejecidas, lo que se ha traducido en un incremento de la edad mediana en España, que aumentó siete años en apenas tres lustros. En concreto, ha pasado de 38 a 45 años.

La última Encuesta financiera de las familias, que elabora el Banco de España, lo revela con datos. La renta media alcanza su máximo para el grupo de hogares de entre 55 y 64 años, y luego disminuye para los grupos de mayor edad. Ahora bien, la riqueza neta (descontadas las deudas) alcanza el máximo para los hogares con cabeza de familia de entre 65 y 74 años. Por lo tanto, un poco más tarde que la edad a la que se alcanza el máximo de renta.

Bienes duraderos

Las consecuencias son evidentes. Muchos de esos hogares han completado a esa edad su ciclo de consumo más importante, en particular, en todo lo relacionado con el hogar, lo que hace que la adquisición de bienes duraderos se reduzca, aunque también los no duraderos. Está acreditado, por ejemplo, que los mayores tienden a viajar menos y a consumir también menos lejos de casa. Igualmente, cuando el trabajador se acerca a la jubilación, los gastos en salud y los vinculados a la dependencia crecen, por lo que la tendencia al ahorro es mayor, y eso reduce los niveles de consumo.

No sucede lo mismo en el caso de los jóvenes menores de 30 años, cuyas dificultades para comprar una vivienda se han endurecido en los últimos años, lo que explica que no tengan necesidad de adquirir bienes de equipamiento del hogar. Simplemente, porque carecen de uno. Entre otras razones, porque la participación laboral de los jóvenes entre 16 y 24 años es sustancialmente menor. Este grupo (aún muy influido por el ciclo educativo) experimentó un significativo descenso en su tasa de actividad entre 2007 (en el cenit de la burbuja) y 2022, hasta situarse en el 36% en 2022, lo que representa 10 puntos menos que la media de la eurozona.

Un dato extraído de la encuesta de riqueza de las familias lo deja negro sobre blanco. En los nueve años que van entre la encuesta de 2011 y la de 2020, la última publicada, la tasa de propiedad de una vivienda por parte de los hogares más jóvenes cayó nada menos que 33 puntos porcentuales. Ha pasado del 69,3% al 36,1%, lo que da idea de su situación patrimonial y, por ende, de su capacidad de consumo. Para más inri, la alta inflación ha castigado más a los jóvenes, que han tenido que destinar todas sus rentas al consumo.

La alta inflación ha castigado más a los jóvenes, que han destinado todas sus rentas al consumo

La literatura económica ha encontrado que las decisiones de los consumidores se basan más en las expectativas de renta a largo plazo que en su renta actual, lo que hace que incluso este aspecto modere también el gasto. También la literatura económica ha encontrado evidencias de que existe una clara concordancia entre la evolución del consumo privado en la eurozona y la trayectoria de la renta disponible, con un coeficiente de correlación de nada menos que 0,8 puntos sobre uno. Y si no aumenta la renta real, lógicamente, tampoco lo hace el consumo. Ahora bien, con una agravante.

La crisis del consumo coincide en el tiempo con un nivel de ocupación en máximos, lo que parece señalar otra característica del patrón de crecimiento, tanto en la eurozona como en España. Es decir, el empleo creado (muchos países están cerca del pleno empleo y otros lo han logrado) es de bajos salarios, lo que hace que el consumo privado, y en particular la emancipación de los jóvenes, se haya frenado. El envejecimiento de la población ha hecho el resto.

Un viejo dicho en economía, tomado directamente de Keynes, sostiene que se puede llevar el caballo al abrevadero para beber agua, pero no es seguro que lo haga. Al fin y al cabo, depende de su voluntad (y de su sed). En los humanos, sucede algo parecido. Las políticas fiscales y monetarias ultralaxas diseñadas por los gobiernos y el banco central en los últimos años para estimular la demanda interna —hasta que en julio de 2022 comenzaron a subir los tipos de interés— han caído en saco roto desde el punto de vista del consumo privado. Desde luego en el conjunto de la eurozona, que vive una crisis de demanda desconocida en décadas.

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