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Los mercados de la desinformación Opinión BBC

Los mercados de la desinformación

Álvaro Ramis Olivos
Por : Álvaro Ramis Olivos Rector de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano (UAHC).
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Cuando la democracia no puede contar con una opinión pública mínimamente informada, estamos en manos de polarizadores profesionales, contratados para que inciten a la gente en un esquema binario basado en una emotividad.


Uno de los hallazgos más relevantes que ha identificado la Comisión Asesora contra la Desinformación, del Ministerio de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación, es la existencia de un verdadero mercado, que se activa en periodo electoral, orientado a desinformar con fines políticos. Asumir la crudeza de este dato es crucial si deseamos vivir en una sociedad del conocimiento y no en una economía de la ignorancia.

No es un problema que afecte solo a Chile. Se trata de un fenómeno global, analizado en detalle por la ONG francesa Forbidden Stories, que ha logrado catastrar distintas técnicas de sabotaje, pirateo informático y desinformación en redes sociales que ponen en riesgo la viabilidad misma de las democracias. ¿Quiénes son y qué pretenden los mercaderes de las fake news? Identificar quiénes están detrás de ese imperio del engaño no es fácil. Pero se puede establecer un patrón operativo, siguiendo el hilo de su acción recurrente.

Ganar votos con mentiras es una costumbre muy antigua. Nada hay de nuevo en el uso del engaño en política. Lo novedoso es que las nuevas tecnologías inteligentes permiten que las mentiras cuajen y echen raíces masivamente. La pretensión de objetividad en los medios establecidos parece sobrepasada por una maquinaria subterránea al servicio de quienes puedan pagar por el control de los algoritmos que estructuran las redes sociales. Es un mecanismo simple, directo, que mediante distintas tácticas garantiza la promoción de una agenda política que no tiene escrúpulos a la hora de expandir sus mensajes. ¿Cómo reconocer sus estratagemas?

Un mecanismo habitual es imitar una fuente de información fiable. De esa manera buscan disfrazar sus plataformas de fake news bajo la forma de una web o un portal de noticias en YouTube que les permita divulgar contenidos de forma creíble. Estos falsos medios asumen un tono desafiante. No les basta con sorprender, tienen que “escandalizar”. Para eso su retórica apunta a frases como “en este espacio conocerás la verdad de lo que ocurre realmente en nuestro país, sin censura, sin mordaza”, dando fuerza a un tono conspirador o pontificante, que es clave en el negocio de la desinformación. Suelen construir complejos perfiles de falsos expertos que validan las tesis conspirativas o instigadoras del odio.

El segundo paso es exaltar las emociones básicas y despreciar los argumentos complejos.

Apelar a sentimientos primarios como el miedo, la ira o la indignación es una gran herramienta para difundir un mensaje viral por medio de titulares cortos y agudos que evocan emociones intensas. Enunciados tremendistas como “estamos peor que nunca” o “Chile se derrumba”, sirven para ofrecer una solución emotiva, inmediata, carente de fundamentación. Otra vía es entregar una información real, pero sin el menor contexto necesario, lo que impide a la audiencia tener las pistas imprescindibles para formarse una opinión propia en lo informado. Siempre importa el qué, pero sobre todo el por qué.

Enseguida se genera la dinámica de polarización. Para ello se identifican fricciones, apelando a demandas existentes, pero para explotarlas de forma manipuladora. Lo que se busca es hacer pensar a la opinión pública que una historia particular, incluso un caso específico, pero difundido hasta la saciedad, es mucho más importante que aquello que empíricamente está pasando. Se genera así una espiral donde la agenda es controlada por un elemento anecdótico o un relato casi fantasioso que se convierte en el centro de la atención generalizada. De esa forma se da paso al reino del “o estás conmigo o contra mí”, o estás con mi relato y mi diagnóstico o estás en la vereda opuesta, que consiente y contemporiza con lo denunciado.

La fase siguiente es la del descrédito a quienes cuestionen a la industria de la desinformación. La estrategia de los difusores de mentiras siempre es golpear de vuelta, sin desmentir lo que han dicho, sino desprestigiando a quienes les denuncian. Esta es una estrategia que ha afectado a plataformas dedicadas a verificar informaciones falsas, las que han sido objeto de técnicas de perturbación y sabotaje de las campañas rivales de los difusores de fake news.

Este mercado es mucho más complejo que la mera producción de troles o de cuentas que publiquen mensajes incitadores de polarización en las redes sociales con el fin de cambiar o desviar la atención. Se trata de sistemas industrializados y semiautomáticos de creación de avatares y despliegue de contenidos vía Inteligencia Artificial. Y su efecto comprobado es interferir en elecciones sin dejar rastro.

Es necesario comprender que la industria de la desinformación siempre opera por encargo. No es un fenómeno espontáneo o autogenerado, sino que responde a quién puede pagarlo. Y tal como instala ideas falsas o incrementa los temores en la ciudadanía, también funciona el revés, por medio de empresas dedicadas a borrar la huella en internet de políticos corruptos, abusadores sexuales, torturadores o narcotraficantes.

Cuando la democracia no puede contar con una opinión pública mínimamente informada, estamos en manos de polarizadores profesionales, contratados para que inciten a la gente en un esquema binario basado en una emotividad, lo que es mucho más fácil de manejar, porque no hacen falta argumentos. Nuestra mente, sin un estímulo adecuado, aparta espontáneamente todo aquello que le incomoda. La prensa profesional y rigurosa es necesaria no solo para generar los contenidos que la gente quiere escuchar o consumir, sino para conocer de asuntos que, aunque sean desagradables o inconvenientes, debe saber y comprender para su propio beneficio.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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