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La política exterior de Chile, el rol presidencial y la visita a China EDITORIAL BBC

La política exterior de Chile, el rol presidencial y la visita a China

Al actual Gobierno le ha resultado particularmente difícil entender que en la diplomacia global la cortesía y el respeto de la autonomía de los Estados, el cumplimiento de los acuerdos y la existencia de foros globales en donde encauzar los problemas complejos, pesan tanto o más que otros factores. El marco de la visita del Presidente Boric a China no tiene –ni tiene por qué tener– agenda de DD.HH., e instalar interrogantes con improvisaciones sobre este tema solo pone en riesgo el éxito de la misión de ampliar los lazos e intercambios y conseguir inversiones. Es de esperar que la gira sea un éxito, en beneficio de todos los chilenos.


Ad portas de un importante viaje oficial a la República Popular China, y mientras se encontraba en Nueva York participando en la asamblea de Naciones Unidas, el Presidente Gabriel Boric señaló que los derechos humanos (DD.HH.) eran un valor universal y que su defensa no tenía excepciones en ninguna parte. Más tarde, en una conferencia de prensa en la misma ciudad, un periodista chileno le preguntó si mantendría aquello durante la gira por China, ante lo cual respondió que sí.

Ello generó de inmediato un revuelo mediático y político, con variadas críticas de un amplio espectro del ámbito de la política, incluida toda la oposición, y puso nuevamente en el tapete el profesionalismo y madurez de la política exterior de Chile y su dependencia de manera exclusiva del Jefe de Estado, sin mayor injerencia del resto de los poderes.

La política exterior del país, según el artículo 32 de la Constitución vigente, es competencia exclusiva del Presidente de la República, a quien le corresponde designar embajadores, firmar convenios y tratados, y, en general, adoptar los criterios y prioridades de esta fundamental política pública. Por esto, lo que diga el Mandatario en entrevistas de prensa, alocuciones, conferencias o actos similares –estén o no enmarcados en una actividad oficial–, siempre tendrá implicación política internacional para nuestro país.

De ahí el reproche a las improvisaciones y “salidas de libreto”, sin planificación ni coordinación. En este caso, además, porque China es el principal socio comercial del país y dependemos de sus compras, más de lo que a algunos les gustaría.

En materia internacional y, específicamente, en el tema de los derechos humanos en China, la crítica a las palabras del Presidente de la República resulta válida, independientemente de la justeza de su contenido. Ella no está referida a la verdad de las violaciones a los DD.HH., sino al tono y la oportunidad en que son emitidas, pues demuestra una conducta omisiva de protocolos y cortesías, así como falta de coherencia con el multilateralismo que profesa el país.

Ya desde los años 90 del siglo pasado, cuando Chile iniciaba su apertura económica al Asia Pacífico, el punto de los DD.HH. fue tema en la Cancillería. No solo por China sino también por algunos otros países de los llamados “tigres asiáticos”, y se instaló en los escritorios del Ministerio de Relaciones Exteriores como un asunto de tratamiento multilateral y separado de acuerdos de cooperación económica, como política de Estado.

Por lo mismo, en Chile, en materia diplomática, cada intervención o cada juicio sobre derechos humanos no solo debe ser verdadero, sino también oportuno y cortés, y ser efectuado en el foro más adecuado de manera coherente y persistente, de acuerdo con nuestro interés nacional. Ello implica no improvisar: debe ser consultado internamente y se deben analizar foros y cursos de acción, además de prever los impactos, positivos o negativos, de lo que se dice o debe decirse, de acuerdo con ese interés nacional. Todo en proporción, además, a los recursos propios. Eso es inteligencia exterior, en la cual la prudencia no es un recurso oportunista, sino un acto de madurez y realismo político.

La administración de juicios y palabras por parte del Gobierno –algo indispensable para un país que depende, para su desarrollo, de la paz, la estabilidad internacional, la libertad de comercio, el multilateralismo y la cooperación– en ocasiones no ha tenido filtros rigurosos, y no solamente durante esta administración, también en el pasado.

Pero al actual Gobierno le ha resultado particularmente difícil y azaroso entender que en la diplomacia global la cortesía y el respeto de la autonomía de los Estados, el cumplimiento de los acuerdos y la existencia de foros globales en donde encauzar los problemas más complejos, pesan tanto o más que otros factores, incluida la potencia militar.

China, en su modo cultural milenario, se encuentra en medio de una crisis económica significativa y con impactos políticos internos. Por ello, además de un crecimiento interno menor, seguramente tendrá restricciones en su comercio exterior. Comprará menos y tratará de vender más. Sus inversiones serán selectivas y estratégicas, aunque menores a la década pasada, y buscará condiciones preferentes, entre ellas, la inmunidad soberana de sus empresas. Todo seleccionado como prioridad en su modo y concepto del poder y la política en el mundo.

Todo lo que actualmente pasa en el gigante asiático afecta o puede afectar directamente a Chile en función de su relación económica. La visita de Gabriel Boric a ese país, en el marco de las iniciativas impulsadas por China, conocidas como La Franja y La Ruta, no tiene –ni tiene por qué tener– agenda de DD.HH., e instalar interrogantes con improvisaciones sobre el tema solo pone en riesgo el éxito de la misión de ampliar los lazos y conseguir inversiones, cuestión de mucha relevancia para nuestro país. Es de esperar que la gira sea un éxito, bien planificada y bien ejecutada, en beneficio de todos los chilenos.

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