Los liberales de la UE deben enfrentarse mejor a los populistas

La verdadera amenaza de la derecha dura europea

La demonización no funciona

Members of the European Parliament (MEP's) during a voting session at the European Parliament in Strasbourg, France, 06 July 2022.

Imagen de archivo del Parlamento Europeo. 

EFE/EPA/JULIEN WARNAND

El segundo partido más popular del país. Su éxito polariza la política nacional, y parece a punto de triunfar en las elecciones que se celebrarán el año que viene en varios länder del este del país. En Polonia, el partido gobernante Ley y Justicia encabeza las encuestas de cara a las elecciones generales del 15 de octubre y es arrastrado aun más a la derecha por un nuevo partido extremista, Confederación.

Y puede que lleguen noticias peores. El año que viene, la derecha extrema podría aumentar su influencia tras las elecciones al Parlamento Europeo previstas para junio. Marine Le Pen, presidenta de la Agrupación Nacional, podría ganar las elecciones presidenciales en Francia en 2027. De lograrlo, Francia se convertiría en el segundo gran país gobernado por la derecha dura, después de Italia, donde Giorgia Meloni y sus Hermanos de Italia llegaron el año pasado al poder coaligados con la nativista Liga.

La primera ministra de Italia, Giorgia Meloni, en un acto en julio

La primera ministra de Italia, Giorgia Meloni, en un acto en julio

Gregorio Borgia / AP

De todos modos, no nos llevemos a engaño, Europa no está a punto de verse dominada por los fascistas, en una repetición de los años treinta del siglo pasado. Con todo, la nueva ola derechista supone un gran desafío. De gestionarse mal, podría intoxicar la política, privar del derecho de voto a una gran parte de los electores e impedir reformas cruciales de la Unión Europea.

En lugar de intentar excluir por completo del gobierno y el debate público a los partidos de la derecha extrema, la mejor respuesta es que los partidos mayoritarios interactúen con ellos y, en ocasiones, lleguen a acuerdos con ellos. Si tienen que asumir la responsabilidad de gobernar, puede que se vuelvan menos radicales.

La derecha dura europea ha experimentado varios auges en el último cuarto de siglo. En 2000, Jörg Haider, un demagogo antisistema, conmocionó a todo el continente cuando entró en el gobierno de Austria: su Partido de la Libertad es hoy el más popular de ese país. La crisis migratoria de 2015, cuando a la Unión Europea llegaron más de un millón de personas procedentes de países pobres y devastados por la guerra, provocó otra oleada de apoyo a los partidos xenófobos y euroescépticos, incluidos los británicos partidarios del Brexit.

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El primer ministro de Hungría, Viktor Orban, durante una rueda de prensa. 

Darko Vojinovic / AP

La nueva ola que rompe en estos momentos es diferente en tres aspectos. En primer lugar, la derecha extrema ha encontrado, de forma oportunista, nuevos temas en torno a los que acumular furia. En su mayoría, esos partidos se siguen mostrando contrarios a los extranjeros; pero, vista la experiencia británica, algunos han moderado su hostilidad a la pertenencia comunitaria, y son todavía menos los que quieren abandonar la moneda única. Todos están animados por nuevas preocupaciones; y, entre ellas, destaca la hostilidad a las políticas en favor del clima, que consideran medidas elitistas que perjudican a los ciudadanos de a pie. En Alemania, la AfdD ha conseguido movilizar la oposición contra una iniciativa gubernamental que obligaba a los ciudadanos a instalar en las casas costosas bombas de calor y ha conseguido suavizar la medida.

El segundo cambio es la amplitud del apoyo. Según nuestros cálculos, en 15 de los 27 países miembros de la Unión Europea hay hoy partidos de derecha extrema con un apoyo mínimo del 20% en las encuestas de opinión; entre ellos, todos los grandes países salvo España, donde Vox obtuvo malos resultados en las elecciones de julio. Casi cuatro quintas partes de la población de la Unión Europea vive hoy en países donde la derecha dura cuenta con la fidelidad de al menos una quinta parte de los ciudadanos.

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El último cambio es que ha aumentado lo que está en juego; sobre todo, a escala europea. La guerra en Ucrania ha creado la apremiante necesidad de que la Unión acoja a nuevos miembros en el este y, en última instancia, también a Ucrania. Al mismo tiempo, habrá que racionalizar la toma de decisiones para reducir el poder de veto de los Estados miembros. La presencia de un bloque más amplio de nacionalistas contrarios a la inmigración dificultará muchísimo esa tarea crucial. El húngaro Viktor Orbán, gurú de otros nacionalistas populistas, ha intentado de modo sistemático bloquear la reforma de la Unión Europea. Imaginemos que consigue más aliados.

¿Cómo deben responder los votantes y los partidos centristas a la amenaza de la derecha extrema? La antigua respuesta era erigir un cordón sanitario. Los partidos centristas se negaban a trabajar con los insurrectos; los medios de comunicación de centro se negaban a airear sus opiniones. Puede que ese enfoque haya quedado desfasado; en algunos lugares, se está volviendo contraproducente. En Alemania, el aislamiento de la AfD ha reforzado el relato de que es la única alternativa a un sistema fracasado. Los partidos mayoritarios no pueden fingir eternamente que no escuchan la voz del 20% de los votantes sin que ello acabe erosionando la propia democracia.

Por otra parte, hay más pruebas de que los partidos de derecha extrema europeos tienden a moderar sus opiniones cuando deben asumir la responsabilidad de gobernar. Un ejemplo es Meloni, la primera jefa de gobierno de derecha dura de un país europeo occidental desde la segunda guerra mundial. Pese a los temores liberales, no se ha enzarzado en peleas con Europa, no ha trastocado la política migratoria, no ha restringido el aborto ni los derechos de los homosexuales. Ha seguido mostrándose partidaria de la OTAN y de Ucrania, algo que en absoluto se da por sentado entre la derecha extrema. En los países nórdicos, hemos visto una pauta parecida. El Partido de los Finlandeses y los Demócratas de Suecia, dos partidos populistas, se han vuelto más pragmáticos tras unirse a una coalición de gobierno o aceptar apoyarla.

Cualquier decisión que se tome acerca de la inclusión de un partido de derecha extrema en un gobierno local o nacional debe tomarse con extrema cautela; en especial, en los lugares donde la historia del fascismo suscita una aguda sensibilidad. Ciertas reglas de conducta pueden ser útiles. Una de ellas es que, para ser tenido en cuenta, cualquier partido debe aceptar la renuncia de la violencia y respetar el Estado de derecho. Igual de importante es el contexto constitucional. ¿En qué nivel de gobierno deben incluirse?¿ Cuáles son los controles y equilibrios creados por el sistema electoral y otras instituciones? En Alemania, por ejemplo, puede tener sentido permitir que la AfD participe como socio menor en coaliciones de gobierno local. En cambio, sería un desastre que la derecha extrema obtuviera la presidencia de Francia, con sus enormes poderes.

Domar o inflamar

Por último, los partidos mayoritarios deben aceptar que no han hecho lo suficiente para satisfacer a una minoría amplia y enojada de ciudadanos. El intento de acelerar la transición verde cargando sobre las personas costes que no pueden asumir (como las normas alemanas sobre calderas o el desafortunado intento de Emmanuel Macron de aumentar los impuestos sobre los combustibles) no hace sino aumentar la impopularidad del ecologismo. Resulta esencial mejorar la comunicación y compensar a los más afectados. El fracaso a la hora de controlar las fronteras nacionales aleja a la ciudadanía, mientras que un sistema migratorio bien gestionado demostraría que la beneficia. El nuevo éxito de la derecha extrema en Europa es, en parte, un fracaso del centro.

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