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El reajuste de la globalización coloca a México como primer socio comercial de EEUU

El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, durante su conferencia matutina hoy, en Palacio Nacional en la Ciudad de México (México).

Ignacio J. Domingo

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México ha dejado atrás una primera mitad del mandato del progresista Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Ha sido un periodo caracterizado por oscilaciones recesivas en el orden económico, descontento social por la falta de avances en materia de desigualdad, críticas a la política sanitaria por la Covid-19, dudas sobre el músculo cambiario del peso, desconfianza en la lucha contra el desempleo y un desánimo generalizado en torno a la prosperidad que traería el Nafta 2.0, que entró en vigor en el último tramo de la Administración Trump.

Pero AMLO parece que ha encauzado la gestión económica de su sexenio presidencial. Justo un año antes del pistoletazo de salida de la contienda electoral en México que desvelará a su relevo en el Palacio Nacional. López Obrador está en disposición de dejar un legado dinámico de México contra los pronósticos del mercado. Bien es cierto que, en gran medida, por una sucesión de eventos inesperados que ha hecho saltar por los aires los cimientos de la globalización. La sucesión de disrupciones en las cadenas de valor del planeta ha sentado de lujo a la economía mexicana: desde la escalada tarifaria decretada durante el mandato de Trump a la alteración de las rutas comerciales y de distribución por la pandemia pasando por el proceso de relocalización regional de centros productivos y de suministro que, durante decenios, habían sido globales.

En los cuatro primeros meses de 2023, México se ha convertido en el principal suministrador de bienes de EEUU al acaparar el 15,4% de las importaciones de la primera potencia mundial, frente al 15,4% de Canadá y el 12% de China respecto del total de adquisiciones exteriores de la Casa Blanca. Toda una demostración de “la rapidez” a la que se mueve y se transforma la economía y el comercio global, explica Luis Torres, economista de la Reserva Federal de Dallas, para quien México vuelve a ser el “viejo mejor amigo comercial” de EEUU.

Tres largos decenios de integración en el Nafta

La economía mexicana deja una hoja de servicio con más fracasos que éxitos en los tres decenios de pertenencia al Nafta. Pero solo ahora, con el proceso de gradual acercamiento productivo a los grandes mercados de las industrias auxiliares, sectores neurálgicos como el de automoción o de empresas manufactureras capaces de acceder a materias primas minerales y metálicas -explica Torres- es cuando México está en condiciones de tocar las puertas del cielo.

El suministro de proximidad deja ya más evidencias que señales anecdóticas de que la economía del vecino sureño de EEUU se está beneficiando del incremento global del proteccionismo y de la resiliencia transformadora de las cadenas de valor. “Los datos revelan que este fenómeno es consistente con el aminoramiento del comercio internacional y el repunte de los intercambios regionales; es decir, con la relocalización de los procedimientos productivos”, aclara.

Después de que el coste del transporte marítimo se descontrolara tras la Gran Pandemia, de que se haya concebido una conciencia colectiva mundial de entrega inmediata de mercancías por el denominado Amazon Prime Effect y el boom paralelo del e-commerce y de que la tensión política permanente entre EEUU y China, hayan provocado que multinacionales como Walmart hayan puesto en liza mecanismos de comercio circular con mercados colindantes.

“No es la ruptura de la globalización”, precisa Michael Burns, socio de Murray Hill, una firma de inversión focalizada en cadenas de valor, “sino la entrada en una nueva era de la libre circulación de mercancías y servicios que se asienta sobre redes regionales” y que ha propiciado que el flujo de manufacturas entre México y EEUU superase, entre enero y abril, los 234.200 millones de dólares. Las exportaciones de las compañías mexicanas al vecino del norte registraron un valor de 157.000 millones. “El Gobierno mexicano debe tratar ahora de sostener su estatus preferente con EEUU”, que logró de forma fugaz en el bienio que antecedió a la pandemia, alerta Torres.

Tan cerca de Dios, tan lejos de EEUU”

La elevada altiplanicie mexicana acuñó el viejo proverbio diplomático “Pobre México: tan cerca de Dios y tan lejos de EEUU” que se ha utilizado como un mantra para describir la tensa relación bilateral que han presidido sus más de dos siglos de convivencia. La Nueva Guerra Fría que libran Washington y Pekín, que pone en tela de juicio la globalización, es una oportunidad de negocio única para convertir a México en uno de los motores dinamizadores de entre los grandes mercados emergentes y prepararle para dar el salto al club de las potencias industrializadas; a pesar de que sea socio de la OCDE.

El reforzamiento del tejido industrial mexicano para abastecer la intensa demanda de su vecino del norte es la palanca que ha estado esperando durante decenios para elevar más allá del 2% de promedio anual el crecimiento del segundo PIB latinoamericano desde que, en 1994, echara a rodar el Nafta. El crecimiento económico del país ha estado muy por debajo de las tasas emergentes y ha sido demasiado escaso para generar prosperidad con capacidad de mejora substancial de la renta per cápita y de corrección de los niveles de desigualdad.

En 2023 los expertos del BBVA han elevado al alza, al 2,4%, sus previsiones de crecimiento de México. Entre otros motivos, aduce su economista Saide Aránzazu Salazar, por el dinamismo del consumo, la incipiente propensión al gasto y la afloración del empleo, que han provocado ahorros en los hogares y que revelan el vigor del sector privado y la aceleración de la actividad en esta segunda mitad del año.

En los últimos años, además, México ha configurado varios hubs logísticos e industriales. El de Baja California es uno de los que más empresas estadounidenses y mexicanas alberga, pero el de Monterrey ha sido el que más ha contribuido a diseñar la onda manufacturera expansiva del país. El nuevo liderazgo de Monterrey se debe por haber acogido la planta de producción de los chips de los vehículos de Tesla. Hace dos años, Elon Musk decidió que la factoría no se construyera en Texas para aprovechar las ventajas competitivas (salariales) de los trabajadores mexicanos y abaratar la factura logística de los componentes procedentes de China.

Este centro empresarial va a dar cobijo a la multinacional con sede en Taiwán Quanta Computer, cuyo vicepresidente es el mexicano Pedro Campa, anticipa que estará operativa en diciembre y que colindará con la mega-factoría Tesla que empezará a funcionar a comienzos de 2024. En su opinión, transmitida en varios foros y a la agencia Bloomberg, insiste en el desafío de que su país reemplace a China como la Gran Factoría mundial y gane esta batalla a mercados como el de Vietnam.

AMLO comparte el diagnóstico. Augura una oleada de inversiones y de líneas crediticias en esta dirección, de fondos de capital y compañías americanas, para elevar la capacidad productiva que reclama sus socios del Nafta y apuntalar la carrera competitiva con otros mercados emergentes. Todo ello, señala el presidente, “reforzará el potencial de crecimiento” de la economía e instalará a México en una senda de optimismo.

Grupos de la industria auxiliar del automóvil como la estadounidense AGP, especializada en la fabricación de limpiaparabrisas, la italiana Brembo, en frenos, o la china DSBJ, en electrónica, se han instalado en Monterrey o han aprobado expandir sus negocios. “Más de una treintena de firmas extranjeras se han trasladado al hub de la capital”, explica el gobernador de Nuevo León, Iván Rivas. Una de cada cinco, chinas, según un sondeo de BBVA, para evitar el sobrecoste tarifario que EEUU impone a las adquisiciones producidas en el gigante asiático.

Incluso en un marco cambiario excepcional que ha llevado al peso, sensible como pocas divisas a la fortaleza del dólar, a ser la moneda emergente que más se ha revalorizado respecto al billete verde americano en 2023.

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