Un nuevo mundo lleno de bloques inventados

Vanguardia Dossier

La guerra de Ucrania lleva a los alineamientos más variables y duros

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La guerra de Ucrania ha reposicionado a los países y sus alianzas. En la foto, un tanque ucraniano en la región del Donbass. 

Anatolii Stepanov / AFP

El desastre de Ucrania ha puesto de relieve de manera inequívoca una tendencia que llevaba tiempo tomando forma: la división del mundo en bloques rivales. Los enfrentamientos (de intereses políticos y económicos, así como de valores culturales) han tenido lugar en buena medida en el seno de las sociedades y los países. Sin embargo, esos enfrentamientos han provocado alineamientos más duros entre los estados. Lo que en otro tiempo se llamó fuerzas del movimiento y fuerzas del orden se enfrentan en casi todos los países importantes. Se podrá seguir recurriendo al liberalismo y al antiliberalismo para justificar semejantes divisiones, pero no son ellos (ni es probable que vayan a serlo) su principal causa. Su origen tiene mayor relación con la identidad tribal y las identidades de otro tipos que, sometidas a tensión, se confunden fácilmente con el chovinismo geopolítico.

1.

Durante la guerra fría, el bloque era estratégicamente claro, por más que a menudo pareciera impreciso desde el punto de vista operativo y táctico. Se trataba de una unidad colectiva dedicada a un objetivo claro: la supervivencia. Hoy, esa combinación se ha invertido. Los estados promueven o intentan romper los alineamientos de las formas más básicas (e incluso rudimentarias). Pero ni su justificación ni sus objetivos estratégicos generales están claros. Ello se debe a que no se entiende bien el concepto de bloque. El bloque significa algo más que una alianza o una unidad cuasi imperial. Ya no es solo una unidad ideológica, territorial y fija, sino transaccional, extraterritorial y variable. Países como India e Israel, por ejemplo, que pueden estar muy alineados con Occidente en algunas circunstancias, lo están menos en otras, como ocurre hoy en relación a Ucrania.

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El líder israelí Beniamin Netanyahu y su esposa posan en el Taj Mahal de Agra durante su visita oficial a India. 

AFP

El concepto también tiene menos fundamento regional que en el pasado: los bloques actuales, empezando por Occidente, son tanto intrarregionales como interregionales; es decir, son instrumentales más que esenciales en cuanto a la geografía. Se definen territorialmente, pero también son virtuales, y muchos de ellos se solapan. Hay bloques relacionados con las monedas, las lenguas, los sistemas jurídicos e incluso las gastronomías.

Describir ese entorno como un enfrentamiento o una competencia de ideologías y entidades geopolíticas discretas quizás no sea la forma más útil de abordar los problemas y retos que tiene hoy el mundo. Tampoco es posible decir si esta situación persistirá ni por cuánto tiempo lo hará. De modo que es importante comprender con carácter temporal que las principales potencias del mundo (el G-7 y los BRICS) no se están instalando en un enfrentamiento directo, sino en algo parecido a una rivalidad indirecta de asociaciones inventadas. El significado de esas asociaciones no es fácil de precisar por ahora: se asemejan a las primeras ligas europeas modernas en la medida en que no constituyen del todo alianzas, sino más bien alineaciones informales porque son a la vez exclusivas, fluctuantes y competitivas. Son, por lo tanto, muy inestables.

2.

En respuesta a la incertidumbre estratégica, ha surgido un previsible llamamiento en favor de conceptos geopolíticos que sean fáciles de entender y, por lo tanto, de vender. Por ejemplo, se habla del eurasianismo como de la ideología que motiva a Vladímir Putin. En efecto, esa ideología supone que Rusia pretende crear un bloque formado por todos los estados del continente asiático que integraron en su día el imperio ruso o la Unión Soviética, y posiblemente otros cercanos. Moscú, por supuesto, dominaría ese bloque y reviviría así su papel natural de regir un imperio basado en el sistema de valores que guía a los gobiernos autoritarios y que se considera que es la norma en Asia Central. Si hay que estar seguros de algo, es de que el objetivo de Estados Unidos y otras potencias occidentales debe ser una Europa a la que pueda pertenecer una Rusia democrática, y debería estar completa, libre y en paz. Así pues, atlantismo y eurasianismo son ideologías mutuamente excluyentes.

Las principales potencias del mundo (el g-7 y los BRICS) no se están instalando en un enfrentamiento directo, sino en una rivalidad indirecta de asociaciones inventadas

En cuanto a la propia Europa, claridad estratégica es el irónico término que algunos observadores han aplicado al efecto de la invasión rusa de Ucrania sobre el pensamiento de otros gobiernos; sobre todo, en los vecinos europeos de Rusia. Su uso en ese contexto es apropiado, pero los debates posteriores sobre el término han ampliado excesivamente su significado. No cabe duda de que la decisión de Putin ha enviado un mensaje a todos los gobiernos del mundo. El mensaje es que Rusia está hoy dispuesta a utilizar la fuerza mayor para lograr sus objetivos, y que esos objetivos incluyen poner fin a la soberanía nacional de sus vecinos y borrar fronteras reconocidas internacionalmente.

Para los vecinos europeos de Rusia, ha sido una revelación impactante y también inesperada. La mayoría de los países que vivieron los horrores de la Segunda Guerra Mundial habían llegado a creer que una guerra como aquella no volvería a devastar las tierras europeas. En gran medida, semejante mentalidad era un tributo al éxito de la OTAN a la hora de proporcionar tranquilidad a los países aliados. Para muchos, esa conclusión se derivaba de la creencia de que la llegada de las armas nucleares había convertido la guerra en Europa en una empresa autodestructiva a la que no se arriesgaría ningún dirigente racional. Para los habitantes de Europa ha sido una conmoción descubrir que hay entre ellos un dirigente considerado en posesión de una racionalidad fría y calculadora que, tras concentrar tropas en la frontera de un Estado independiente vecino y negar que Rusia tuviera intención de invadir Ucrania, ha emprendido una gran invasión destinada a apoderarse del territorio ucraniano y acabar con la independencia de ese país. Dejando de lado lo que ha logrado hacer la OTAN, esa acción representa un gran fracaso de la diplomacia occidental.

A la conmoción suscitada por ese acto, se ha sumado la advertencia de Putin de que utilizaría armas nucleares contra cualquier país que intentara frustrar sus ambiciones. Ese mensaje ha generado una claridad estratégica en estados europeos que habían cooperado con la OTAN, pero que tenían razones geográficas e históricas para no dar el paso de la adhesión.

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La sede de la OTAN en Bruselas. 

Yves Herman / Reuters

En el caso de Finlandia, que había librado dos guerras para evitar que Rusia reincorporara sus tierras o parte de ellas al Estado ruso y que había ejercido una diplomacia magistral para evitar convertirse en un satélite de Moscú durante la guerra fría, el mensaje estaba claro. Había llegado el momento de unir su suerte a la de EE.UU. y Europa occidental.

Para Suecia, que había sido una gran potencia europea pero había perdido esa posición en la gran guerra del Norte (1700-1721) tras las derrotas militares ante Pedro el Grande de Rusia, el mensaje también era claro. Había sido capaz de mantener la neutralidad durante doscientos años y ejercido su soberanía sobre las tierras finlandesas durante setecientos años.

Los dos países estaban vinculados histórica y geográficamente, de modo que lo que afectaba a la seguridad de Finlandia afectaba también a la de Suecia. Los gobiernos finlandeses habían llegado hace tiempo a la conclusión de que Finlandia debía considerar su ingreso en la OTAN solo junto con Suecia. En Suecia, existía una fuerte oposición en el ala izquierda del espectro político a que el país solicitara el ingreso en la OTAN; sin embargo, después de que Finlandia dejara claro que su versión de la claridad estratégica exigía en el 2022 el ingreso en la OTAN, el Gobierno sueco se unió a Finlandia y decidió solicitarlo también.

Las organizaciones multilaterales suelen generar sus propios bloques internos para convertirlos en medios de negociación, lo que suele ser útil para agilizar la elaboración de políticas

El bloque nórdico, como ya han llamado los daneses a los cinco países nórdicos que serán miembros de la OTAN en cuanto accedan a ella Finlandia y Suecia, ejercerá su influencia en la toma de decisiones de la OTAN y actuará como bloque cuando lo considere conveniente, pero más a menudo sus componentes se comportarán como estados geográficamente dispares con sus propios conjuntos de intereses. Noruega ya tiene un estatus que impide el estacionamiento de armas nucleares y la aceptación de bases extranjeras en su territorio en tiempos de paz. Cabe suponer que todos los países nórdicos favorecerán las negociaciones con Rusia sobre control de armamento cuando ello se convierta en una cuestión práctica, pero los compromisos de la OTAN no obligan a los tres miembros con armamento nuclear (Estados Unidos, Reino Unido y Francia) a seguir los deseos de los demás miembros en esas cuestiones.

Asimismo, en las consultas de la OTAN sobre cuándo y cómo reanudar las relaciones normales con Moscú algunos miembros apoyarán movimientos en esa dirección de modo más temprano que otros. Una cuestión que probablemente seguirá siendo controvertida (aunque no por la incorporación de nuevos miembros nórdicos a la Alianza) es la de las sanciones. Ya se hacen visibles las presiones económicas como consecuencia de los efectos de las sanciones en el suministro de energía. Otro conjunto de cuestiones que no han tenido la misma intensidad que otras son las relacionadas con el Ártico. Dicha región ha ido creciendo en importancia en los últimos años e involucra a Rusia como una cuestión de seguridad, así que será un beneficio neto que los nuevos miembros nórdicos incorporen las cuestiones del Ártico y la cooperación en el Ártico a las consultas de la OTAN, lo cual tendrá la ventaja añadida de crear otro vínculo entre la OTAN y la Unión Europea.

Las negociaciones con China sobre el control de armas nucleares y convencionales se han vuelto urgentes, ya que ese país se ha embarcado en un aumento de sus fuerzas nucleares

Hasta ahora, las dos principales instituciones que intentan integrar los intereses europeos y euroatlánticos de tal forma que los estados miembros actúen de forma solidaria entre sí han conseguido colaborar con bastante eficacia; sobre todo, durante las crisis engendradas por la guerra de Putin en Ucrania. Esta situación quizás no dure. Las organizaciones multilaterales suelen generar sus propios bloques internos para convertirlos en medios de negociación, lo que es generalmente una herramienta útil para agilizar la elaboración de políticas. Ahora bien, si la forma de alcanzar acuerdos consiste en diluir las posiciones, se destruirá la utilidad del proceso. La solapada pertenencia a la OTAN y la UE contribuirá a evitar que las diferencias se conviertan en algo incontrolable. De todos modos, cualquier fricción entre esas dos organizaciones clave tendrá también un efecto negativo sobre el apoyo público y parlamentario a las mismas. Por lo tanto, en la medida en que divida a las dos organizaciones con sus diferentes misiones, la claridad estratégica tendrá un impacto perjudicial, empezando por la opinión pública.

3.

En Asia, la claridad estratégica, en el sentido de una reacción a la invasión rusa de Ucrania que estimula acciones políticas, económicas o militares destinadas a resistir ante ella o ante violaciones similares de normas bien establecidas, es prácticamente inexistente. Y esa ausencia ha tenido hasta hace poco escaso efecto en las relaciones transatlánticas. Los dirigentes de China y Rusia firmaron el 4 de febrero una declaración conjunta en la que se comprometían a cooperar “sin límites”. En esencia, China ha seguido la línea de Moscú y ha culpado de la guerra a EE.UU. por su expansión de la OTAN. Beijing ha evitado la claridad estratégica, aunque cumpliendo en general con las sanciones. Otros países asiáticos y de Oriente Medio, como India y Arabia Saudí, han seguido políticas ambiguas y han eludido la claridad estratégica.

Chinese President Xi Jinping, left, and Russian President Vladimir Putin pose for a photo on the sidelines of the Shanghai Cooperation Organisation (SCO) summit in Samarkand, Uzbekistan, Thursday, Sept. 15, 2022. (Alexandr Demyanchuk, Sputnik, Kremlin Pool Photo via AP)

Los dirigentes de China y Rusia firmaron el 4 de febrero una declaración conjunta en la que se comprometían a cooperar “sin límites”. 

Alexandr Demyanchuk / AP

Al margen de la guerra de Ucrania, ¿resulta útil la claridad estratégica para describir la reacción de los países asiáticos a los llamamientos de EE.UU. y Europa en favor de que sus amigos acepten que estamos todos en una competición de suma cero con China? Sólo Japón ha respondido de un modo que indica la aparición de la claridad estratégica. Para otros países, la ambigüedad estratégica, especialmente sobre Taiwán, sigue siendo atractiva. Aunque Joe Biden ha declarado que EE.UU. saldrá en defensa de Taiwán si es atacado, la Casa Blanca ha dejado claro que la ambigüedad estratégica aún tiene sus usos en Asia, por más que en Europa no deje de marchitarse.

En cambio, el Gobierno de Biden comparte con el de su predecesor una predilección no por la claridad estratégica, sino por la claridad táctica. A diferencia de su predecesor, utiliza la retórica positiva de la integración regional; pero, en la práctica, la definición de dicha integración no se parece tanto a la idea de la comunidad de seguridad regional desarrollada durante el siglo XX en el hemisferio occidental y en Europa occidental como a una forma más antigua –y de nuevo más rudimentaria– de política de poder. Los miembros del Gobierno han reciclado el lenguaje de la guerra fría (situaciones de fuerza) para describir lo que supone semejante integración regional. Es decir, no es más que una acumulación temporal de poder contra un supuesto hegemón regional, ya sea China, Rusia o Irán. El objetivo de la diplomacia en este sentido es reforzar el colchón en torno a dichos hegemones; en otras palabras, contener el ejercicio de su poder, tanto a nivel regional como mundial.

4.

La estrategia del colchón regional, a falta de un término mejor, tiene tan pocas probabilidades de éxito como en el pasado las estrategias de inclinación impulsadas desde el exterior; ante todo, porque no son realmente estrategias, sino medios simplistas para un objetivo poco claro. Además, también es poco probable que los hegemones contra los que se dirigen se comporten del modo en que esperan o exigen los agentes exteriores. Mientras tanto el mundo ha sido testigo de las amenazas de Putin acerca del uso de armas nucleares si la guerra de Rusia en Ucrania conduce a una intervención excesiva por parte de los países decididos a impedir que logre sus objetivos. Semejantes amenazas han hecho aparecer de nuevo entre la población imágenes de un Armagedón nuclear.

Este temor debería proporcionar una nueva energía a los esfuerzos tendentes a la no proliferación y la reanudación de las negociaciones de reducción nuclear entre EE.UU. y Rusia. Quedan pocos años para negociar un tratado que sustituya al Nuevo START. Las negociaciones con China sobre el control de armas nucleares y convencionales se han vuelto urgentes, ya que ese país se ha embarcado en un aumento de sus fuerzas ¬nucleares, tanto cuantitativa como cualitativamente. Las conversaciones bilaterales con China no deben verse obstaculizadas por los acuerdos Rusia-China del 4 de febrero, ni por el posterior silencio de China sobre las flagrantes violaciones por parte del Kremlin de las normas universales de comportamiento entre estados. La claridad estratégica no debe tener el efecto de unir aun más a Rusia y China frente a EE.UU. y sus aliados.

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Este año Rusia ha llevado a cabo, en paralelo a la guerra, un ensayo masivo de sus misiles balísticos intercontinentales 'Yars', de posible carga nuclear. 

Ministerio de Defensa ruso / EFE

Las negociaciones bilaterales entre Moscú y Washington, así como con China, serán casi imposibles mientras la claridad estratégica sobre las intenciones del Kremlin dicte políticas de confrontación. La situación se vuelve más espinosa por el grado en que se ha personalizado la confrontación, en la medida en que los bloques han tendido a ser tratados como fines en sí mismos. Las conversaciones de nivel técnico pueden ser posibles, y los foros multilaterales como la ONU y la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) podrían proporcionar un medio para la celebración de negociaciones. Si eso fomenta cierto retorcimiento de las reglas de claridad estratégica, el precio pagado será pequeño si con ello se evita un holocausto nuclear.

Un mundo de bloques no tiene por qué ser poco pacífico. Los diplomáticos deben adaptarse a él utilizando en su beneficio la inherente falta de claridad de los bloques: sondeando los límites, moderando el uso de la retórica geopolítica y potenciando la flexibilidad transaccional de forma que los bloques se unan alineando sus intereses operativos y luego los estratégicos.

James E. Goodby ha sido embajador de Estados Unidos en Finlandia y jefe de la delegación estadounidense en la Conferencia de Estocolmo sobre Medidas de Fomento de la Confianza y la Seguridad y Desarme en Europa. Ken Weisbrode es escritor e historiador.

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