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La debilidad del euro frente al dólar agrava la escalada inflacionista en la UE

La caída de la divisa europea impulsa las exportaciones y el turismo pero encarece las compras de energía y materias primas, en su mayoría denominadas en dólares

Una instalación de extracción de crudo, en marzo pasado, cerca de Los Ángeles (California).
Una instalación de extracción de crudo, en marzo pasado, cerca de Los Ángeles (California).MARIO TAMA (AFP)

Hubo un día en el que Mario Draghi irritó a Donald Trump. En 2019, el entonces presidente del Banco Central Europeo (BCE) anunció que sacaría la artillería que fuera necesaria para evitar que la inflación se hundiera. Los mercados reaccionaron de inmediato: ante la posibilidad de que el BCE lanzara más estímulos, el euro cayó con fuerza frente al dólar. Hacía ya meses que el italiano venía advirtiendo sobre la contribución de un euro fuerte a una anémica inflación, que además estaba penalizando las exportaciones europeas. Así que esas palabras encendieron a Trump, al frente de Estados Unidos, quien no dudó en echar mano de su cuenta de Twitter para arremeter contra Draghi.

Tres años después, la situación es la contraria a entonces. Europa no debe conjurarse contra el riesgo deflacionista, sino contra unos precios desbocados. El aumento en el coste de la energía constituye la principal explicación de la elevada tasa de inflación en la eurozona, que en abril se situó en el 7,5%. Detrás de ese brutal encarecimiento de las energías fósiles —y de las materias primas— hay sobre todo dos factores: un desajuste entre oferta y demanda en la salida de la pandemia, y la guerra en Ucrania. Pero hay, también, un tercero que está dando mucho menos que hablar: el tipo de cambio, que también está teniendo un efecto amplificador —y no pequeño— de este movimiento al alza. Dado que tanto el petróleo como los principales productos básicos cotizan en dólares, la fortaleza del billete verde frente al euro está impulsando aún más el precio de estos bienes esenciales en la sala de máquinas de cualquier economía moderna. Y eso, a su vez, está metiendo aún más presión sobre la inflación, el problema económico número uno de nuestros días.

La lógica detrás de este fenómeno es sencilla: cuanto más caro está el dólar frente al euro —como ahora—, más tienen que pagar los compradores europeos por productos básicos como el petróleo, el cobre, el hierro o la soja. Para poner un ejemplo: el barril de brent ha subido en un año casi un 60%, pero pasado a euros el incremento real supera el 80%. “Esto genera presión en los precios de importación y, por tanto, en los costes de los factores productivos de las compañías, que lo trasladan al precio final”, sostiene Javier Pino, analista de Analistas Financieros Internacionales (AFI).

Bruselas lleva ya tiempo preocupada. Europa, el mayor importador de energía del mundo —con una factura anual que, según sus cálculos, asciende a 300.000 millones de euros—, firma la mayor parte de los contratos energéticos en euros y la moneda única sigue tratando de hallar una palanca para potenciar el rol internacional del euro. Por suerte para los socios comunitarios, el gas natural —que ha quintuplicado su precio en menos de un año— es una excepción a la norma generalizada de que las materias primas coticen en dólares: se comercia en euros. “De haber sido al contrario, el impacto habría sido aún mayor”, apunta Neil Shearing, economista jefe de la consultora británica Capital Economics. “Es así, sí, pero también acaba habiendo un efecto de tipo de cambio: cotice o no en dólares, al final todo acaba estando referenciado a esa moneda”, apostilla Daniela Ordóñez, de Oxford Economics, una de las casas de análisis que discrepa del consenso y que apuesta por que el euro no se va a seguir debilitando frente al dólar a medio y largo plazo: “El excedente comercial europeo es inmenso y Alemania no va a dejar de exportar”, sentencia.

Empujada a la baja por la creciente brecha de política monetaria entre la Fed y el BCE, en el último año la moneda común europea se deja casi un 15% frente a su par estadounidense. Lejos de atemperarse esta dinámica —y salvo un giro radical de los acontecimientos en Rusia—, cada vez más casas de análisis y bancos de inversión ven a ambas divisas camino de la paridad en el medio plazo. Un hito que, de producirse, sería una pésima noticia para la inflación en la eurozona.

La trayectoria es mucho menos acelerada, en los cruces del euro respecto al resto de grandes divisas internacionales: frente al franco suizo, la caída acumulada en los 12 últimos meses es del 7% (la mitad que en el caso del dólar); frente a la libra se deja apenas un 3%, y frente al yen japonés, la divisa única incluso gana terreno. Con esas cifras en la mano, es lógico que los analistas —como Shearing— prefieran hablar más de fortaleza del dólar que de debilidad del euro. Hoy, un billete verde se cambia por 1,05 euros, muy lejos de los 1,25 de principios de 2018 o los 1,22 de un año atrás.

Círculo vicioso

Las turbulencias económicas causadas por la primera guerra en suelo europeo en 30 años —que ha llevado los carburantes, el gas y la electricidad a máximos históricos— también están teniendo un impacto directo sobre el tipo de cambio: cuanto más sube la energía, más sufre la economía europea, de largo la más expuesta a los suministros rusos. Y más se debilita el euro frente al dólar, en una espiral con trazas de círculo vicioso. “Los fundamentales llevarían a un tipo de cambio con un euro más fuerte. Pero hay otros factores que pesan, como el diferencial con la política monetaria seguida por EE UU, que hace que los flujos de capital vayan allí donde están mejor remunerados. Pero también el conflicto bélico, que se produce en Europa, deprime al euro”, sostiene el director de Coyuntura de Funcas, Raymond Torres.

En un periodo de alta volatilidad como el actual, la moneda estadounidense se ve, además, espoleada por su condición de divisa estable. “El dólar sigue siendo visto como un valor refugio, y eso también contribuye a reforzar su cotización”, desgrana Shearing. El BCE ha mostrado ya su preocupación por que el desplome del euro sea una vía de una mayor subida de precios: “Obviamente, es un asunto del que estamos atentos, porque sí tiene un impacto en la inflación, que es la clave de todas nuestras preocupaciones”, afirmó la presidenta de la institución, Christine Lagarde.

Pero la fortaleza del dólar, como lamentaba amargamente Trump en 2019, también perjudica a EE UU. En el primer trimestre del año, la economía estadounidense se contrajo por primera vez desde 2020, en pleno confinamiento. Entre otros desequilibrios, los analistas destacaron la caída de las exportaciones (-5,9%) y la subida en las importaciones (+17,7%). En ambos casos, el tipo de cambio juega un papel no único pero sí relevante.

“El hecho de que el dólar se fortalezca favorece a la zona euro en cuanto a las exportaciones. Y eso se ha visto en el dato del PIB del primer trimestre en EE UU. Pero nos perjudica por el encarecimiento de la energía, que contratamos en dólares”, explica el responsable de Análisis Económico de BBVA, Rafael Doménech. En España, durante el primer trimestre se vio todo lo contrario, de modo que el sector exterior permitió compensar parte de la caída del consumo de los hogares.

Buena noticia para los exportadores

La debilidad del euro frente al billete verde es, en general, tan mala noticia para los consumidores como buena para las naciones y las empresas europeas que más venden al exterior. “Un euro débil sin duda es una buena noticia para ellos, aunque también están sufriendo altos costes energéticos y de suministro”, avisa Shearing. La mejora, dice, irá sobre todo por el lado de los márgenes, que serán mayores, que por el de la facturación: “No podrán vender más por un motivo: porque apenas tienen capacidad ociosa”.

El tipo de cambio, sin embargo, “no afecta a las exportaciones de la eurozona tanto como cabría pensar, porque están lideradas por las ventas de alta tecnología, en las que la competencia es menor y la decisión de compra no está tan vinculada al precio”, complementa Ordóñez. “Sí ayuda, en cambio, a las exportaciones de menor tecnología y en los flujos turísticos. Ahí se pueden verse especialmente beneficiados países como Francia, Italia, España, Portugal o Grecia. En cambio, a escala de la eurozona el impacto será pequeño”.

Las empresas también sufren, en el lado contrario, la subida del coste de la energía. “Ahora bien, no es el único factor productivo. Y si un bien va a ser exportado, en general esa bajada del euro nos resulta beneficiosa para vender fuera”, zanja Joan Tristany, director general de la Asociación de Empresas Industriales Internacionalizadas (Amec). La entidad señala que, igualmente, el debilitamiento del dólar está permitiendo a las compañías españolas competir en mejores condiciones con las firmas norteamericanas que operan en Europa.

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