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Al virus no le ha llegado el memorándum informándole que la pandemia terminó Opinión

Al virus no le ha llegado el memorándum informándole que la pandemia terminó

Gonzalo Bacigalupe
Por : Gonzalo Bacigalupe Sicólogo y salubrista. Profesor de la Universidad de Massachusetts, Boston e investigador CreaSur, Universidad de Concepción
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Un elemento central en la nueva gobernanza de la pandemia es diseñar estrategias intersectoriales. La estrategia para la pandemia no es solo una cuestión de salud o solo una tarea de los médicos. Nos requiere a todos y todas. Se debe proveer de guías de cuidado en el trabajo, en un compromiso público-privado, para que las personas, por ejemplo, puedan hacer cuarentenas que impiden el contagio recursivo de sus colegas y familias. Es también imperativo comenzar a planificar en colaboración con los países del continente. Esto no se va a resolver compitiendo con otros países. La tarea para los investigadores y la clínica también es un desafío gigante, el COVID persistente nos presenta muchos desafíos.


Se respira alivio en muchos países de nuestro continente, observamos con alivio una baja de los contagios. Cuando escuchamos las noticias que nos alertan con preocupación sobre lo que sucede en países europeos y asiáticos, volvemos a pensar que son nuevas variantes, buscando explicación en la biología misma. Nos olvidamos, a pesar de dos años de aprendizaje, que la expansión del contagio es acerca del comportamiento social.

Este es un virus que no piensa o no tiene un devenir autónomo de nuestras conductas sociales. Usando el concepto de Humberto Maturana, no hay autopoiesis posible para este virus sin que nosotras y nosotros estemos disponibles para ello. Es un virus que no responde a un contrato social y que no se aviene a nuestros deseos de una convivencia. El virus solo está en reuniones para intentar reproducirse en otros cuerpos, no para acordar un cese de hostilidades. No podemos “convivir” con el virus, su existencia es una amenaza constante debido a su alto nivel de contagiosidad y peligrosidad. Nuestros deseos o nuestra infinita necesidad de que esto termine no tienen ninguna resonancia con esta partícula física que requiere de nuestros sistemas respiratorios para reproducirse y trasladarse de un anfitrión a otro.

En mi propia universidad en Boston, se comienza a relajar el uso de mascarillas, enviando una clara señal respecto al término de la pandemia.

Mientras tanto se conversa de cómo volvemos a la normalidad prepandemia, llenando el transporte público, compartiendo comidas y eventos en lugares cerrados con aforos irracionales, dejando el teletrabajo, y asumiendo que todos están protegidos de enfermar gravemente o morir debido a la vacunación exitosa en algunos de nuestros países. Es en este escenario de vuelta a la normalidad prepandémica que volvemos a ver señales preocupantes de aumento de contagio y ocupación hospitalaria en países de Europa y Asia y también en regiones de países donde los promedios esconden la diversidad demográfica y la emergencia de nuevos contagios.

La mayor parte de los mensajes en muchos países continúan enfatizando la vacunación como elemento central, sin duda necesaria mientras exista un alto contagio, debido a que disminuyen el riesgo de enfermar gravemente y/o morir. Las vacunas que existen hasta el momento, sin embargo, funcionan como reforzadores del sistema inmunológico y no como tradicionalmente las hemos integrado a nuestro cuidado de la salud. Que no quepa duda de su necesidad, pero debemos ser transparentes acerca de sus limitaciones como la única estrategia para hacerle frente a la pandemia o la que llevará a su erradicación. Más aún, esta falta de transparencia da pie al pensamiento antivacuna que pone en peligro a los que estamos más en riesgo de enfermar gravemente o morir: adultos mayores, los(as) pacientes inmunodeprimidos(as), y las comunidades más vulnerables, donde el acceso a la salud es limitado y la vacuna puede ser la única herramienta que salve vidas.

La pandemia no ha terminado, el consenso es claro en que, sin una estrategia global y solo vacunando a los habitantes de los países con más recursos, el peligro de nuevos brotes seguirá latente y puede poner en peligro todo el esfuerzo que se ha hecho hasta ahora. En Chile, esta semana, comienza la implementación de nuevas estrategias que esperamos contribuyan a tener un otoño e invierno más saludable y seguro. Sabemos que la transparencia de los datos, la trazabilidad y testeo sistemático y bien focalizado, atendiendo a las(as) pacientes y comunidades más vulnerables, una comunicación de riesgo coherente y basada en la evidencia, y la descentralización en las decisiones, son prioridades en el programa e intenciones del nuevo Gobierno.

Un elemento central en la nueva gobernanza de la pandemia es diseñar estrategias intersectoriales. La estrategia para la pandemia no es solo una cuestión de salud o solo una tarea de los médicos. Nos requiere a todos y todas. Se debe proveer de guías de cuidado en el trabajo, en un compromiso público-privado, para que las personas, por ejemplo, puedan hacer cuarentenas que impiden el contagio recursivo de sus colegas y familias. Es también imperativo comenzar a planificar en colaboración con los países del continente. Esto no se va a resolver compitiendo con otros países. La tarea para los investigadores y la clínica también es un desafío gigante, el COVID persistente nos presenta muchos desafíos.

No se trata de lo cansado ​​que estamos con el virus y tampoco de buscar incansablemente una sola herramienta que resuelva el impacto del SARS-CoV-2 en nuestro país y en el mundo. Debemos realmente utilizar las lecciones que trágicamente nos han enseñado estos dos años. No debemos olvidar que en el mundo han fallecido más de 6 millones de personas y en Chile más de 55 mil. Estas cifras son abismantes, solo la punta del iceberg del desastre. Con el tiempo conoceremos las reales cifras. Sin embargo, es central reconocer primero que esto no ha terminado y que prevenir más contagios, mitigar la enfermedad y reducir al mínimo la mortalidad, son todavía tareas insoslayables. Las pandemias tienen como característica fundamental un alto grado de incertidumbre y, lamentablemente, ninguna de las vacunas existentes, a pesar de reducir ostensiblemente la gravedad de la enfermedad pero no el contagio, va a hacer la tarea por nosotros.

Este es además un virus que se puede volver a contraer. Es por ello por lo que las alertas de otros países debemos mirarlas con cuidado y aplicar el principio precautorio. Prevenir es mucho más eficaz que curar. Chile siempre fue un ejemplo en ello y es la razón por la cual en algunos indicadores en salud hemos tenido éxitos en el pasado que cualquier país de la OCDE desearía. Es hora de abandonar el pensamiento mágico, porque el virus no responde a los memorándums de seres humanos cansados ​​de la pandemia y su devastador paso.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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